El Gobierno debería frenar un poco a los “talibanes” que ha sacado al ruedo para atacar a la Iglesia católica. Están yendo demasiado lejos y es posible que al Estado Plurinacional no dé la talla para desatar una suerte de “guerra santa”. La religión es un asunto muy serio para cualquier pueblo del mundo y mucho más para el boliviano, que en toda su historia no ha tenido más consuelo que el de los curas para calmar sus penas, además de saciar su hambre, curarse y educar a sus hijos. La “ligazón” (de ahí viene la palabrita “religión”) es muy grande y el “vivir bien” que promete Evo Morales está aún muy verde como para que la gente busque otro palo dónde arrimarse.
Uno de los talibanes descolonizadores del régimen quiere inventarse bodas al estilo tiawanakota, que seguramente resultarán como aquella ceremonia de coronación de Evo Morales como líder espiritual de Bolivia, que casualmente estuvo a cargo de un yatiri que resultó ser narcotraficante. La idea es arrebatarle el monopolio a la Iglesia, cuyo sacramento matrimonial está profundamente enraizado en la cultura occidental, a la que quiérase o no, pertenece nuestro país.
Los otros artilleros que ha designado el régimen para torpedear a la Iglesia están en el Chapare, donde supuestamente están escandalizados por algunos detalles sobre el narcotráfico que comentó el arzobispo de Cochabamba Tito Solari. Los cocaleros no sólo se han rasgado las vestiduras por cosas que son moneda corriente en el trópico cochabambino, sino que se han metido en honduras, haciendo alusiones xenofóbicas, exigiendo la expulsión del prelado. En resumidas cuentas, haciendo el mismo show de mal gusto que protagonizaron aquellos ponchos rojos que degollaron perros en el Altiplano. El efecto es idéntico, ya que deja a Bolivia con la imagen de un país primitivo.
Si lo que busca el Gobierno es generar una cortina de humo para esconder los graves problemas de la economía, conviene que no le den muchas vueltas a la tuerca ideológica, porque por menos que eso han estallado guerras en el mundo. Cuando Fidel Castro llegó al poder, fusiló a cientos de opositores, expropió y se declaró marxista-leninista, pero jamás se estrelló contra la fe católica de los cubanos. Curiosamente fue la Iglesia, a través del papa Juan Pablo II la que sacó a la isla cubana del ostracismo en el que había caído después del derrumbe del Muro de Berlín y han sido los obispos los que le han puesto paños fríos a la crisis de los disidentes de los últimos meses, que amenazaba con precipitar un desenlace inmanejable en La Habana. Hace unos días, Raúl Castro le devolvía el favor a la curia, asistiendo en primera fila a la inauguración de un seminario para la formación de sacerdotes cerca de la capital.
Aquí no se trata de doblegarse ni negociar posturas, o hacer como los romanos con el sanedrín, que llegaron a un pacto de no agresión por asuntos de conveniencia mutua. La Iglesia católica es un actor fundamental de la sociedad boliviana, con derecho ganado a opinar y reflexionar sobre los problemas de la actualidad. Su servicio es vital para la ciudadanía, especialmente los más necesitados y el Gobierno debe respetarla.
La Iglesia católica es un actor fundamental de la sociedad boliviana, con derecho ganado a opinar y reflexionar sobre los problemas de la actualidad. Su servicio es vital para la ciudadanía, especialmente los más necesitados y el Gobierno debe respetarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
invitación a comentar lo publicado. la única restricción está en un lenguaje pulcro, directo, sin insultos ni palabras soeces que dañen la dignidad