Por la mañana del lunes pasado, el Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, renunció a seguir ejerciendo su misión de Vicario de Cristo en la tierra. El mismo Sumo Pontífice manifestó que el motivo de su dimisión fue que, a sus 86 años ya no se sentía con fuerzas para ejercer el alto ministerio que le había confiado su Fundador. Hay que reconocer que los años que le ha tocado ser cabeza visible de la Iglesia han sido difíciles. La prensa vaticana juzgaba la noticia “sorprendente en la historia de la Iglesia”. A pesar de que en la larga historia hubo otros Papas que también declinaron de su misión.
La renuncia de Benedicto XVI empezará a tener efecto el próximo 28 del presente mes. A partir de entonces, el pontificado será considerado “sede vacante”, hasta que el cónclave de cardenales electores que se iniciará el mes de marzo, elija nuevo Sumo Pontífice.
Joseph Ratzinger, alemán de nacionalidad, es hombre de amplia cultura, no sólo de las ciencias religiosas sino también de las corrientes intelectuales de nuestros tiempos, así como poseedor de un profundo conocimiento del mundo actual. Ratzinger ha demostrado conocer las desviaciones de algunos sectores de la propia Iglesia, así como también sus sólidas virtudes y sus esperanzas, puestas en la Fe en el Salvador Jesús. Siendo prefecto de la Congregación de la doctrina y de la Fe, trabajó estrechamente con su antecesor, Juan Pablo II.
Traigo aquí el recuerdo de los años en los que la agitación doctrinal ocasionada por las versiones más extremas de la Teología de la Liberación, el entonces cardenal y prefecto de la citada congregación, publicó un documento en el que se refutaban con claridad diáfana y recta doctrina filosófica y teológica, los errores de la nueva corriente religiosa, llamada de “liberación”, al mismo tiempo que rescataba los valores que alentaba aquella corriente doctrinal. Como era de temer, la reacción de muchos innovadores creó en la Iglesia unas tensiones que confundieron a muchos creyentes. Pero muy pronto, el Papa Juan Pablo II, en otro documento de carácter pastoral, limó muchas asperezas.
Aquellas diferencias que parecían destruir a la Iglesia, no eran novedad. Una vez más la Iglesia sufría, y aún sufre, los vaivenes ideológicos de diversas tendencias. El difunto Cardenal Lefèvre, por ejemplo, se desvió -él y sus seguidores- por el camino de un conservadorismo inmovilista.
Una vez más, en la Historia de la Salvación, quienes permanecen espiritualmente unidos en la fe en Jesucristo Salvador del género humano, pueden estar seguros de la palabra del Señor: “Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. “No tengan miedo” repetía el cardenal Ratzinger.
Así lo creemos y esperamos quienes hemos puesto toda nuestra esperanza en el Señor Jesucristo. Así como también esperamos que el cardenal Joseph Ratzinger, desde su próximo retiro voluntario, nos siga iluminando con sus comprobadas virtudes y sabiduría.
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