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lunes, 4 de mayo de 2009

ante el féretro de Wolfram Klein de la Parroquia de Cristo Rey en Gotemburgo

Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”
Mateo 28:18

Contaba un sacerdote que a veces le resultaba difícil estar en un funeral de una persona impía, porque la gente quiere que le hablen bonito, que la persona que murió va a estar con el Señor, pero el sacerdote en realidad quiere expresar el mensaje de salvación para los que están con vida.

¿Cómo es posible que el mismo Papa ore por los muertos?
¿Pueden los vivos ayudar a los muertos cuando oran por ellos? De acuerdo con la doctrina católica, sí que podemos.

“La comunión con los difuntos”
La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones, pues es una idea santa y pr0vechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados (M.2, 12,45) Nuestra oración por ellos no sólo puede ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.

Estamos reunidos para orar por nuestro hermano Wolfram Klein cuya piedad y devoción han sido de todos conocidas. Su vida en nuestra comunidad cristiana ha estado llena de activa participación y entusiasmo. En medio de nuestro grupo de jubilados, lo hemos visto animar las reuniones y las excursiones con una diligencia y efectividad que no terminamos de admirar. Nuestro peregrinar alrededor de Gotemburgo en busca de descanso y de convivencia se convertía en una lección de historia de la Iglesia Católica en Suecia, pero también en referencias culturales que Wolfram enriquecía por su personal aplicación.

La referencia de Efesios 1:20-22 “la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y por y señorío, y sobre todo nombre, que se nombra no sólo en este siglo, sino también en el venidero, y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”.

La muerte para los cristianos no puede ser motivo de profunda tristeza. La muerte es el paso a una vida más rica en la presencia de Dios. Es el final de los padecimientos que nos acompañan desde antes de nacer, cuando nacemos y durante toda nuestra existencia. Por ello, cuando juntos oramos al Padre por el hermano desaparecido, la esperanza de la resurrección ilumina nuestro horizonte y los labios no pronuncian un adiós, sino un hasta luego, cuando juntos en el cielo, como ocurrió en la tierra podamos compartir el gozo de la vida cristiana.

Hermano Wolfram ¡Paz en tu tumba y gloria en el Cielo! por tu vida justa, apegada al Fiat Voluntad Tua. Amén.

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