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miércoles, 18 de abril de 2007

Sinopsis del libro de Benedicto XVI

«El camino del Papa hacia Jesús. Una meditación personal y no un documento del Magisterio». Se ha presentado la sinopsis de este libro de Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, titulado «Jesús de Nazaret». Libro que es la primera parte de una obra, cuya realización – como afirma el mismo autor - «ha sido precedida por un ‘largo camino interior’». Y en cuya segunda parte el Papa espera «poder ofrecer también un capítulo sobre las narraciones de la infancia de Jesús y tratar sobre el misterio de su pasión, muerte y resurrección».

Es reflejo de la búsqueda personal del ‘Rostro del Señor’ por parte de Joseph Ratzinger. «No quiere ser un documento del Magisterio», por lo que «cada uno tiene la libertad de contradecirme», como subraya el mismo Pontífice en la premisa. El objetivo principal de esta obra es el de «favorecer en el lector el crecimiento de una relación viva con Jesucristo».

El que ha sido presentado hoy es «en primer lugar un libro pastoral», subrayando luego que es también «obra de un teólogo riguroso, que justifica cada una de sus afirmaciones sobre la base de un conocimiento inmenso de los textos sagrados y de la literatura crítica». Analizando el método histórico-crítico y sus límites, el Papa declara que su libro «considera a Jesús a partir de su comunión con el Padre». Joseph Ratzinger presenta «el Jesús de los Evangelios como Jesús real, como Jesús histórico».

«Para Benedicto XVI, en el texto bíblico se encuentran todos los elementos para afirmar que el personaje histórico, Jesucristo, es también efectivamente el Hijo de Dios que vino a la tierra para salvar a la humanidad y, página tras página, va examinando cada uno de esos elementos. Va guiando al lector – creyente y no creyente – en una cautivadora aventura intelectual».

«Con el hombre de fe, que anhela explicar el misterio divino sobre todo a sí mismo. Con el culto teólogo, que abarca resultados de análisis doctrinales antiguos y recientes», «en este libro, emerge el pastor que logra verdaderamente su anhelo de impulsar en el lector el crecimiento de una relación viva con Jesucristo, casi implicándolo poco a poco en su amistad personal con el Señor».

La sinopsis del libro de Benedicto XVI concluye haciendo hincapié en que «en esta perspectiva, el Pontífice no teme denunciar un mundo que, excluyendo a Dios y aferrándose sólo a las realidades visibles y materiales, corre el riesgo de autodestruirse en la búsqueda egoísta de un bienestar sólo material, volviéndose sordo a la verdadera llamada del ser humano a ser, en el Hijo, hijo de Dios y a alcanzar así la verdadera libertad en ‘la Tierra prometida’ del ‘Reino de Dios».

Extractos del libro
Dando una mirada al libro podemos extraer la afirmación de que el Hijo de Dios es el Jesús histórico. Confieso, escribe el Papa, que precisamente Jesús –el del Evangelio– es una figura históricamente sensata y convincente. Aludiendo a la carta de Pablo a los Filipenses, el Santo Padre manifiesta que veinte años después de la muerte de Jesús encontramos en el gran himno a Cristo, en la carta mencionada del Apóstol, una cristología, en la que se dice que Jesús era igualmente Dios, pero que se despojó a sí mismo, que se hizo hombre, se humilló hasta al muerte en la Cruz y que a Él espera el homenaje de lo creado, la adoración que en el profeta Isaías, Dios había proclamado como debida solamente a Él.

Mirando esta realidad Benedicto XVI cree conveniente preguntarse, qué ocurrió en estos veinte años tras la crucifixión. ¿Cómo se ha llegado a esta cristología? Naturalmente, creer que precisamente como hombre Él era Dios y que esto lo ha hecho ver en las parábolas, va más allá del método histórico. Al contrario, si a la luz de esta convicción de fe se leen los textos con el método histórico y con su apertura a lo más grande, ellos se entreabren, y nos muestran un camino y una figura que son dignas de fe.

Respecto a la prueba de la existencia de Dios que el tentador propone cuando pide a Jesús que transforme las piedras en pan, Benedicto XVI se pregunta: ¿qué hay de más trágico y contradictorio con un Dios bueno, y la fe en un redentor de los hombres, que el hambre de la humanidad? ¿La primera nota identificativa de un redentor del mundo no debería ser el acabar con el hambre en el mundo?

El Papa recuerda cómo Dios alimentaba al pueblo de Israel con el maná, con el pan del cielo, cuando caminaba por el desierto. ¿No debería el salvador del mundo demostrar la propia identidad dando de comer a todos? ¿El problema de la alimentación del mundo –y en general los problemas sociales– no son posiblemente el primer y auténtico criterio para la redención? ¿Alguien que no colme este criterio puede llamarse redentor?

El marxismo, que ha hecho suyo este ideal, el corazón de su promesa de salvación, escribe el Pontífice, habría hecho posible que el desierto se convirtiera en pan. “Si tu eres el Hijo de Dios…” ¿Qué desafío? ¿No se debería decir lo mismo a la Iglesia? La respuesta de Jesús no se puede entender solamente a la luz de lo que se relata en las tentaciones. El tema del pan permeabiliza todo el Evangelio y debe ser visto en toda su extensión.

A este punto el Papa recuerda dos pasajes evangélicos, precisamente sobre el pan en la vida de Jesús: la multiplicación de los panes y la Última Cena. En el primero, la gente fue a escuchar la palabra de Dios, como personas que han abierto el propio corazón a Dios y a los demás recíprocamente, así pueden recibir el pan de manera justa.

El segundo pasaje sobre el pan nos lleva al anticipo del tercero y constituye su preparación, el de la Última Cena, que se convierte en Eucaristía de la Iglesia y el milagro permanente de Jesús sobre el pan. Él mismo se ha convertido en pan para nosotros, y esta multiplicación de los panes durará de manera inagotable hasta el final de los tiempos. Así, ahora, comprendemos la palabra de Jesús, que Él toma del Antiguo Testamento, para rechazar al tentador: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. A este propósito, el Papa recuerda una frase de un jesuita alemán condenado a muerte por los nazis: “El pan es importante, la libertad es más importante, pero la cosa más importante de todas, es la constante fidelidad y la adoración jamás traicionada”.

El Santo Padre finaliza este extracto de su libro, contrastando este pasaje con la realidad del llamado Tercer Mundo y advierte que está en juego el primado de Dios: “No se puede gobernar la historia, advierte, con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, entonces ninguna otra cosa puede convertirse en buena. Y la bondad de corazón solamente puede venir de Aquel que es Él mismo la Bondad, el Bien”.

La cuestión joánica
Dos temas decisivos en la cuestión joánica: quién es el autor de este Evangelio y cuál es su credibilidad histórica. Respecto a la primera pregunta es el mismo Evangelio quien ofrece una clara afirmación en el relato de la Pasión, cuando se alude a uno de los soldados que atravesó el costado de Jesús con una lanza: “en seguida salió sangre y agua”, e inmediatamente añade: “quien lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que vosotros creáis”. Y este era un testigo ocular, el mismo de quien se había dicho que estaba junto a la cruz y que era el discípulo a quien Jesús amaba, discípulo que después viene mencionado como el autor del Evangelio.

No obstante el nombre de este autor venga voluntariamente mantenido en secreto, sin embargo el Evangelio le atribuye la función de testigo y garante de lo sucedido, figura histórica, porque si no fuera así, las frases anteriores se vaciarían de significado, carecerían de sentido.

Aunque la tradición, desde tiempos de San Ireneo, muerto en torno al año 202, reconoce a este discípulo como San Juan, hoy han surgido dudas respecto a este nombre. Al mismo tiempo, estudios exegéticos modernos, inclinan la balanza de la autoría hacia San Juan, en base a los datos que examina el exegeta francés Henri Caselles, quien ha demostrado, con una investigación sociológica sobre las familias de pescadores, el sacerdocio del templo, la Cena en el Cenáculo, etc… que pueda ser Juan, el de Zebedeo, aquel testigo ocular como el autor del Evangelio.

La complejidad en la redacción del texto levanta, sin embargo, ulteriores preguntas. Si por una parte, Eusebio de Cesarea, en el año 338 dice haber conocido al “presbítero Juan”, perteneciente a la escuela joánica de Éfeso, que a su vez puede ser el autor de la 2ª y 3ª Carta de Juan, las dos figuras se sobrepondrían. Pero en cualquier caso, aunque Juan el presbítero no sea el mismo que Juan el evangelista, y fuera el primero quien dio estructura al evangelio, siempre se consideró como el administrador de la herencia del hijo del Zebedeo, el testigo ocular de la muerte de Jesús.

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