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miércoles, 11 de septiembre de 2013

Alberto Zuazo un veterano periodista ue escribe en El Diario se refiere al Documento de Aparecida que Francisco le entregó en Roma. Significativo.

Mucho más elocuentes que los saludos, los actos protocolares y la conversación de 30 minutos que sostuvo el Papa Francisco con el presidente Evo Morales, fue la entrega que le hizo del Documento de Aparecida, Brasil, aprobado en mayo de 2007.
La significación que tuvo es clara y explícita en cuanto a lo que como líder de la Iglesia Católica le planteó a Morales sobre los procesos sociales, económicos y políticos que deben aplicarse en América Latina y el Caribe, pues lo que se propugnó en 2007 sigue en plena vigencia.
Algo remarcable, en esta oportunidad, es que cuando se celebró la V Conferencia del Episcopado de América Latina y el Caribe (Celam), el entonces cardenal Mario Bergoglio presidió las deliberaciones. Puede entenderse, entonces, que el Documento de Aparecida tiene mucho que ver con el pensamiento y las intuiciones del ahora Papa Francisco.
Al entregarle el Papa a Morales el Documento de Aparecida le dio el mensaje de la Iglesia Católica y el suyo propio sobre lo que corresponde poner en práctica en aquellos procesos. El texto empieza poniendo énfasis en que estamos en “el umbral de una época de cambio, esto es en un período de la mutación profunda de los valores y formas de comportamiento, tanto individuales como colectivos”.
La Iglesia Católica se plantea la búsqueda del bien del ser humano, de una verdadera justicia social, que vaya elevando el nivel de la vida de todos los ciudadanos, promoviéndolos como sujetos de su propio desarrollo. En la región, gran parte de ellos carece de un nivel de desarrollo que les permita ser sujetos de su propio destino. En consecuencia, esa es la gran tarea, por donde hay que empezar.
Para este efecto, es necesario que los laicos y las laicas asuman sus responsabilidades sociales, políticas y económicas con voluntad firme y sabiduría, a fin de establecer un nuevo orden que exprese los valores de los espíritus, como son la paz, la comprensión, la tolerancia, la justicia y el respeto a los que piensan diferente.
Desde estas perspectivas, es dable interpretar que en Bolivia tienen que cesar las persecuciones, la judicialización de la política, eliminar los lastres sociales del narcotráfico, del contrabando y de la corrupción. En forma adicional, que el gasto público guarde relación con las limitaciones y la pobreza en que se debate la mayoría nacional. Y que se frene el derroche inescrupuloso de los recursos fiscales, provenientes de sus bienes naturales y de los esfuerzos de sus dirigentes, empresarios, profesionales y trabajadores.
He aquí algunas de las puntualizaciones del Documento de Aparecida:
-La globalización si bien tiene algunos aspectos positivos para el desarrollo uniforme de la humanidad, ocurre también que, en otros casos, adquiere una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, lo que produce la exclusión y mantiene en la pobreza a una multitud de personas.
-La corrupción y la impunidad aumenta la desconfianza del pueblo por las instituciones y el desencanto por la política y la democracia/ la violencia crece/ algunos legisladores aprueban leyes injustas/ y en algunos Estados ha aumentado la represión y la violación de los derechos humanos.
-Hoy se sobrevalora al individuo, lo cual deja de lado la preocupación por el bien común. La cultura del consumo descontrola la autenticidad y el recato.
-Necesidad de un diálogo intercultural entre lo tradicional y lo moderno. Ante los procesos de transformación profunda de las tradiciones que nos han dado identidad y la emergencia de nuevos modelos culturales en el contexto de la globalización, los discípulos de Jesucristo debemos evitar asumir actitudes negativas.
-Hay que evitar, entre otros requisitos, el descalificar las aportaciones de las culturas modernas de manera general, o bien minusvalorarlas, desde una visión fundamentalista o integrista de la vida social.
-Debe acudirse a la estrategia del diálogo para acercar distintas culturas, lo que no es algo ajeno a la historia de la Iglesia; más bien, es un procedimiento fundamental de la evangelización, cuando se es fiel al mandamiento de respeto y amor al prójimo.

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