UNA ACTITUD BÁSICA: LA CONVERSIÓN
La vida no siempre alcanza las metas esperadas y el aroma del pecado se deposita en nuestra alma como si esperara de inmediato alejar al ser humano de la ruta determinada.
La vida cristiana está llamada permanentemente a crecer y a perfeccionarse. Por esta razón, la actitud propia y específica es vivir en conversión.
La conversión nos recuerda que nuestro referente no es otro que el Santo y nuestra vocación es la santidad, y que la mediocridad y la acomodación se instalan a menudo en nuestra vida.
Benedicto XVI decía que la conversión a Cristo es la respuesta más eficaz al mal: “…Cristo invita a responder al mal ante todo con un serio examen de conciencia y con el compromiso de purificar la propia vida… La conversión vence al mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias” (11-05-2007).
Reconocer la llamada a la santidad conlleva la condición de sentirnos pecadores en nuestra experiencia religiosa ante la inmensidad de la misericordia y la compasión del Santo, Dios.
Simón Pedro, ante la llamada de Jesús de “remar mar adentro y echad vuestras redes para pescar” (Lc 5,4) y la consiguiente pesca milagrosa, se sintió sobrecogido y exclamó: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pobre pecador” (Lc 5,8b).
¡Cómo resuenan en nosotros las palabras de Jesús: “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7)!
¡Cómo brilla en el interior de cada uno de nosotros: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20b)!
¡Cómo sabemos que la conversión a Cristo es la respuesta más eficaz a la semilla del mal y al florecimiento de la maldad, y la aspiración permanente a la santidad!
Ser santos es lo importante que lleva al ser humano más allá incluso de la meta moral que consiste en construir un "hombre auténtico y realizado". Los santos palpan de vez en cuando la perfección suprema de Dios y nos recuerdan a los humanos que el mal puede ser vencido solamente con sacrificio, constancia y confianza.
Ser santos es la grandeza del ser humano que reconoce que el evangelio solamente puede transformar las raíces de la sociedad y de la humanidad, anclados a menudo en la tierra de la propiedad privada, el lucro y el poder. ¡Sí, adquirir, poseer y lucrar son los derechos sagrados e inalienables del individuo en nuestra sociedad y los santos nos recuerdan que todo eso debe ser superado y triturado por el amor!
Ya lo decía Madre Teresa de Calcuta que "la santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría... La fidelidad forja a los santos”.
¡En este día, por favor, recuerda que la santidad es solamente esto, hacer la voluntad de Dios con alegría, y necesitamos la conversión, que “vence al mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias” (Benedicto XVI)!
La vida cristiana está llamada permanentemente a crecer y a perfeccionarse. Por esta razón, la actitud propia y específica es vivir en conversión.
La conversión nos recuerda que nuestro referente no es otro que el Santo y nuestra vocación es la santidad, y que la mediocridad y la acomodación se instalan a menudo en nuestra vida.
Benedicto XVI decía que la conversión a Cristo es la respuesta más eficaz al mal: “…Cristo invita a responder al mal ante todo con un serio examen de conciencia y con el compromiso de purificar la propia vida… La conversión vence al mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias” (11-05-2007).
Reconocer la llamada a la santidad conlleva la condición de sentirnos pecadores en nuestra experiencia religiosa ante la inmensidad de la misericordia y la compasión del Santo, Dios.
Simón Pedro, ante la llamada de Jesús de “remar mar adentro y echad vuestras redes para pescar” (Lc 5,4) y la consiguiente pesca milagrosa, se sintió sobrecogido y exclamó: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pobre pecador” (Lc 5,8b).
¡Cómo resuenan en nosotros las palabras de Jesús: “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7)!
¡Cómo brilla en el interior de cada uno de nosotros: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20b)!
¡Cómo sabemos que la conversión a Cristo es la respuesta más eficaz a la semilla del mal y al florecimiento de la maldad, y la aspiración permanente a la santidad!
Ser santos es lo importante que lleva al ser humano más allá incluso de la meta moral que consiste en construir un "hombre auténtico y realizado". Los santos palpan de vez en cuando la perfección suprema de Dios y nos recuerdan a los humanos que el mal puede ser vencido solamente con sacrificio, constancia y confianza.
Ser santos es la grandeza del ser humano que reconoce que el evangelio solamente puede transformar las raíces de la sociedad y de la humanidad, anclados a menudo en la tierra de la propiedad privada, el lucro y el poder. ¡Sí, adquirir, poseer y lucrar son los derechos sagrados e inalienables del individuo en nuestra sociedad y los santos nos recuerdan que todo eso debe ser superado y triturado por el amor!
Ya lo decía Madre Teresa de Calcuta que "la santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría... La fidelidad forja a los santos”.
¡En este día, por favor, recuerda que la santidad es solamente esto, hacer la voluntad de Dios con alegría, y necesitamos la conversión, que “vence al mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias” (Benedicto XVI)!