Es lo que le ha pedido el Cardenal Julio Terrazas a los sacerdotes del país para que impidan cualquier intento de arrebatar la fe del pueblo.
La máxima autoridad eclesiástica hizo su emocionada exhortación en la principal ceremonia de homenaje a los 400 años de la Arquidiócesis de Sucre, en presencia de las máximas autoridades católicas bolivianas y el Nuncio Apostólico de su Santidad Benedicto XVI.
En la oportunidad, el prelado expresó que vale la pena luchar para que nadie nos arrebate la fe y pidió al pueblo que se mantenga firme y despierto en dirección al proyecto de Dios.
También se refirió enfáticamente a la necesidad de despojar el odio, la venganza y cualquier actitud violenta. Durante la eucaristía, Terrazas formuló asimismo una autocrítica recordando que los religiosos fueron llamados a cumplir una misión evangélica y no a incentivar “discursos trillados”.
“Hay que ser discípulo del único Maestro, no de aquel que viene a echar discursos fugaces”, remarcó.
Y en estos tiempos inciertos en que la humanidad, casi toda, y nosotros en particular, nos debatimos a veces desorientados, la exhortación, expresada con sencillez pero con la hondura del pastor, nos sacude y reaviva el ánimo.
Usualmente hacemos alarde de nuestra bien dotada fe que recibimos de nuestros mayores y que, en tiempos más cortos o más largos, vamos a transmitir a la progenie, quizás más robusta, quizás menos, pero fe, al fin. No nos desentendamos, ganémosles al derrotismo y a la adversidad convencidos de estar en posesión del don más preciado que no es otro que el de la vida.
Estamos, imposible presentarlo con otras características, transitando páramos tortuosos nada prometedores, dejando gruesos jirones de alma en cada día de lucha. Pero el hálito de vida nos mantiene de pie desde que el sol brilla en el cielo. Y si en medio de esa bendición que es el calor del sol se escucha un llamado sonoro a la fe, pues cómo no percibir el vislumbre, al menos, de días mejores para un mañana no lejano.
Largos, interminables se harán los caminos del abatimiento, de la postración, si no alimentamos, cada cual a su modo, la fe. A eso, a alimentar la fe de su rebaño, aporta en estas horas inciertas el Cardenal con su palabra que desde ya obra eficazmente como un bálsamo. Un toque de esperanza enciende los rostros de los hombres y las mujeres de la grey boliviana.
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