La “no-confesionalidad del Estado” nace de la misma naturaleza del hecho religioso que siempre tiene que ser libre. Cuando las leyes del Estado obligan a todas las autoridades y al pueblo a profesar una religión determinada se está violando el principio básico de la libertad religiosa. Un Estado guiado por un concepto sano y auténtico de laicidad respeta siempre las opciones religiosas, así como la presencia de la Iglesia y de los demás credos como entes de derecho público, de tal modo que cada uno de ellos pueda libremente ejercer su ministerio pastoral y sus expresiones de culto.
El concepto de “laicidad estatal” quiere decir que el Estado no debe privilegiar a una determinada confesión religiosa sino que tiene que garantizar el pleno derecho de las personas a vivir su fe con plena libertad. Esta separación del Estado de los distintos credos religiosos debe realizarse lejos de toda animadversión o confrontación.
Sin embargo, lejos de lo que significa una sana laicidad se han suscitado en nuestro ambiente nuevas formas de expresión religiosa propiciadas por el Estado, relacionadas, sobre todo, con la ancestral religiosidad aymara. También percibimos algunas expresiones de un ateísmo excluyente, anticlerical y ateo. Sin embargo, el laicismo sano y auténtico acepta y propicia la separación de los cultos religiosos de toda injerencia, identificación o supeditación al Estado. Debe haber siempre entre lo político y lo religioso una real separación pero sin llegar al desconocimiento o al rechazo.
El laicismo que nace del proceso secularizador de la modernidad como expresión de libertad busca que no esté supeditado lo político a lo religioso, ni lo religioso a lo político. Sin embargo, percibimos también en nuestro medio ciertas expresiones de un laicismo antirreligioso y ateo que contrapone el mensaje bíblico a las nuevas conquistas de la ciencia.
La mayoría de estas opiniones antirreligiosas se basan en una interpretación literalista de la Biblia. Se hace evidente que este nuevo laicismo se parece en la argumentación que maneja a la de los fundamentalistas religiosos, quienes se creen dueños absolutos de la verdad, leyendo la Biblia en forma literal y contraponiéndola a la ciencia.
Sin embargo, actualmente la sana laicidad se está abriendo, dando pasos hacia un diálogo sin prejuicios, lejos de ese laicismo militante anticlerical y ateo. El fundamentalismo de algunos grupos religiosos y el laicismo ateo se excluyen mutuamente y empobrecen en forma lamentable el espacio para un diálogo abierto, positivo y necesario.
Nada sucede sin la venia del Señor. Todo encaja en su Divina Providencia, por lo que abandonarse en sus brazos y repetir la oración de cada dia "Hágase tu Voluntad..." es la forma más sabia y más humana de aceptar la vida con sus grandezas y sus miserias.
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