Se han debilitado nuestras reservas físicas e institucionales. Y este sensible proceso de debilitamiento se percibe en el diario ir y venir de cada uno de nosotros. En el ámbito en que nos corresponde jugar nuestros roles habituales ya no se perciben vías claras o al menos confiables. Con dudas marcadas ponemos pies en terrenos siempre movedizos.
Mas, como es imposible cruzarnos de brazos a la espera de una razonable estabilidad, pues aquí estamos dando la cara confiados en el instinto de conservación que, afortunadamente, aún nos acompaña mostrándonos lo riesgoso de nuestras andanzas.
Alimentamos nuestro consuelo pensando que así es como se están dando las cosas no sólo en nuestras órbitas, sino también en cualesquiera otras de este planeta Tierra conturbado. Y así nos desplazamos entre los de nuestra especie, sin lugar ni a tiempo de prever los tropezones y peor aún, las estruendosas caídas, no pocas de consecuencias letales.
En suma que en este ámbito inestable y frágil, por decir lo menos, con nuestros pasos cansados y vacilantes ya, salimos -a veces alentados por un último y casi imperceptible resuello- a dar la cara a la vida y a luchar por la áspera y ácida subsistencia y sus cada vez más mezquinos y escasos goces dulzones.
Sentimos a flor de piel, el sustento de nuestra fe. Esa fe que dio consistencia a nuestro ser, que disimula hasta hoy y siempre nuestras flaquezas físicas, es la que nos apuntala en estas horas oscuras del presente que es imposible predecir hasta dónde y hasta cuándo se tenderán.
La fiesta en que ingresamos como parte de la humanidad en pleno es la del Señor Todopoderoso, nuestro Dios y Salvador. La Natividad del Redentor, con todo lo de luminosidad que proveen los astros y las estrellas en medio de cánticos angelicales y los tributos de amor renovados por siempre. La fiesta de la que somos parte con alma, corazón y vida tiene la misma resonancia desde el comienzo y la mantendrá exquisita hasta el fin de los siglos.
Mayor será la honra de Dios si a la vez de cantar su gloria inmarcesible tendemos una mano generosa al que sufre, con un credo de paz y amor entre los labios y un propósito de enmienda por nuestras culpas y defectos. Es mucho lo que hay que enmendar y el Día de la Natividad es el momento propicio para formular propósitos de cambio en pos del bien y del amor. Feliz Navidad propone EL DEBER a los hermanos del alma, agitando pendones dorados de esperanza. (El Deber, SC. Bolivia)
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