Una distinción justa y necesaria
Mauricio Aira
Juan Bosco fue un pedagogo práctico, sin duda uno de los grandes educadores de la historia habiendo “inventado” el método preventivo que es un modo de educación que previene el daño de los alumnos y la necesidad de castigo. Ensenó con el ejemplo una continuada convivencia con el alumno y una completa entrega a su tarea educativa. Don Bosco ofreció una vida plena, actica y rica en todos sus aspectos. La nueva “disciplina pedagógica” resultó en la síntesis de su vida relativamente corta, formando honestos ciudadanos y mejores cristianos, que se extendió hasta La Paz, Bolivia donde acaba de cumplir cien años.
Nació y vivió en el Piamonte cerca de Turín donde con el paso del tiempo construyó una monumental Catedral, hoy “la casa madre de los salesianos” orden por él fundada para educar a niños y jóvenes utilizando por la primera vez todas las formas para pedagógicas hoy tan comunes en la enseñanza: el deporte, la música, el teatro, la magia, las nobles competencias del saber y el aprendizaje de oficios prácticos con los que se ganarían la vida al terminar sus años de colegio.
Cuanto más se conoce de su existencia queda mayormente marcado el amor y la entrega a la misión que recibió de acoger a los niños pobres, darles amor y enseñarles a ser útiles y positivos ante la vida con la alegría cristiana que se desprende de la Fe. El Sistema Preventivo que instituyó, quizá sin proponérselo está basado en su estilo de educación eminentemente práctico. Así combinando la práctica y la experiencia resultó en un método de formación altamente eficiente, según lo tienen comprobado colectivos de La Paz, de Sucre, de Montero, y de todas las ciudades donde se levantó la obra salesiana que acaba de ser distinguida por el plenario de los Diputados “por su labor constante al servicio de la educación a favor de la niñez y la juventud paceñas, en un esfuerzo desplegado durante más de 100 años de existencia institucional”
Con motivo de la reciente “visita de la urna de Juan Bosco” se ha destacado que su vocación preventiva le nació cuando siendo niño su madre le inculcó los valores profundos de espiritualidad, trabajo y unidad, lo que permitió que saliendo por las calles de Turín en busca de los desamparados “cobijara en su propio humilde hogar” a decenas de niños a los que proporcionó pan, abrigo y alimento espiritual. Los tenía encandilados con sus pruebas “de magia”, con sus cánticos muchos de ellos jocosos y divertidos. Entonces como ahora la desocupación, el abuso del trabajo infantil, con sus secuelas de delincuencia, abandono, hambre y pérdida de fe, golpeaban a jóvenes y niños sin que nadie se preocupase de ellos.
Su privilegiada mente concibió la necesidad de ligar la escuela con el trabajo, de ser jóvenes por tanto de dotárseles de un clima de familia en que se sintieran acogidos, importantes, protegidos, de sentirse amados y disfrutar de los juegos y diversiones, del deporte y de la música como todos los otros niños del entorno. Don Bosco entendió que para descubrir su dignidad de hijos tenían que encontrarse con Dios. Muchos afirman que en ello consiste lo Preventivo. Hacer que los jóvenes atraídos por la nobleza y hermosura de la vida cristiana pudieran crecer desde dentro, apoyados en su libertad interior y superando el egoísmo y los condicionamientos de la vida exterior.
Los salesianos están convencidos que prevenir es sembrar gérmenes de vida, estar en lo cotidiano dándole a la conducta un sentido positivo, gozar de la alegría de la vida en Cristo, por lo que todo lo demás resulta accesorio.
No todos los que llegaban a los famosos “oratorios dominicales” para instruirse en el catecismo eran santos, algunos tenían carga delincuencial, eran marginados y se sentían desechos de la sociedad, aunque tenían en sí energía de bien que su sistema aprovechaba para llevarlos de regreso a sus valores más íntimos.
Cómo no recordar el breve discurso de “las buenas noches” que los padres salesianos como Romeo Palestro, Edmundo Pysz, Alberto Aramayo, Victor Mura utilizaban para insuflar en nuestros espíritu la Fe, el amor a María Auxiliadora, el ejemplo aleccionador de Domingo Savio o Ceferino Namuncurá como alimento espiritual indeleble.