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domingo, 28 de marzo de 2010

en serio y en broma Paulovic tiene el acierto de comentar la triunfante entrada de Jesús en Jerusalem y ser aclamado por el mismo pueblo que días después pidiera su muerte


Hoy comienza la Semana Santa y recordamos la entrada triunfal de Jesús en la ciudad de Jerusalén, acontecimiento que quise vivirlo por segunda vez porque en una de mis vidas anteriores ya estuve en la capital de los hebreos tendiendo palmas de olivos al paso de Jesús, gritando con emoción sincera: Hosanna en las alturas, bendito es el que viene en nombre del Señor.
Al despuntar el nuevo día, mi Ángel de la Guarda me dijo en la oreja una parte del Salmo 23 que dice: “¿Quién es el rey de la gloria? El Señor fuerte y poderoso, el Señor Poderoso en la batalla”. Agradecí el mensaje y fui al encuentro de Jesús, preguntando a los vecinos dónde se realizaría la Entrada de Jesús, respondiéndome una cholita: “Ay, caballero, la única entrada de Jesús que yo conozco es la entrada de Jesús del Gran Poder”. Y me fui al barrio de Chijini.
Como todos los domingos en esta época, el barrio de Chijini ya se hallaba ocupado por conjuntos de bailarines que ensayaban sus bailes folklóricos para la Entrada de Jesús del Gran Poder que es el 29 de mayo, pero no vi en ninguna parte al Jesús que yo buscaba y a quien el pueblo de Jerusalén le recibía con palmas triunfales.
Me refugié en mi interior y llamé a mi amigo Ángel Bueno, que así se llama mi Ángel de la Guarda, diciéndole que nos equivocamos de barrio o de ciudad porque en Chijini la gente bailaba y se hallaba en otros menesteres muy distintos. Ángel Bueno me dijo: “Es que a Jesús sólo podrás verlo con los ojos de la fe. Cierra tus ojos y lo verás y comprobarás que es el mismo que viste en Jerusalén hace más de dos mil años”.
Cerré los ojos y lo vi, montado en un burrito blanco, saludando a los jerosolimitanos y bendiciéndolos a pesar de que él sabía que aquellos que le echaban flores a su paso y reconocían su realeza y su divinidad lo matarían muy pronto.
Abrí los ojos de la carne y la imagen de Jesús desapareció, como también los judíos que le vitoreaban, los fariseos que le envidiaban y los romanos que le temían. Volví a verme rodeado de cholas y cholos bailando, luciendo joyas de oro, bebiendo y comiendo, hasta que me aburrí y me dirigí a una plaza cercana con la esperanza de ver nuevamente a Jesús. Allí me encontré con inmensos gentíos que vitoreaban a sus candidatos a alcaldes y gobernadores, pues habrá elecciones dentro de siete días. Unos gritaban “viva Elizabeth” y otros la silbaban y la insultaban, pero nadie mencionaba a Jesús, ni tenía palmas y flores y sólo portaban piedras y otras armas.
Volví a quejarme a mi Ángel de la Guarda y él otra vez me pidió que cerrara mis ojos de la carne y abriera mis ojos de la fe. Le obedecí y volví a ver a Jesús montado en su burrito blanco, flanqueado por sus apóstoles y amigos, seguido de cerca por sus parientes y observado por agentes del Ministerio de Gobierno de la Judea de esos tiempos. Antes de que su imagen volviera a desaparecer le dije: “Bienvenido a Bolivia y quédate con nosotros”.

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