No sabemos cómo, pero apareció elegido papa un hombre diferente. No es el típico personaje que pontifica, ni el que manda con un báculo de oro ni el que se siente jefe del Estado más antiguo del mundo. El nuevo papa, al que no acabamos de acostumbrarnos, tuvo la ocurrencia de venir a visitarnos. Y vino. Vino un hombre bueno, un hombre sencillo, transparente. No parecía papa.
Como venía el sumo pontífice, pasamos meses de grandes preparativos de toda índole. Se prepararon rituales y condecoraciones. Se construyeron grandes escenarios para cada uno de sus pasos. Se hicieron largas listas de invitados y se estudiaron complicados protocolos.
Vimos simulacros policiales y no vimos los simulacros escondidos de discursos solemnes y de saludos almidonados. Disimularon lo que pudieron en la cárcel. Pintaron y barrieron. Escondieron lo que podía desentonar. Luego tuvieron que volverlo a su sitio. Era tanta la ilusión de unos y tanto el desconcierto de otros, que faltó en todas partes realismo y razón para entender lo que pasaba.
Para un hombre que no necesita nada y que nada atesora, prepararon miles de regalos, alguno inoportuno, incomprensible. Para un personaje que había huido de la magnificencia del Vaticano, prepararon altares y tronos soberbios y caros. Para el que vino en búsqueda de la gente y tendía la mano a todos, le armaron vallas, barreras y seguridades absurdas, incómodas, que lo aislaban de la vida y de su gente.
No acertaron una. No entendieron nada. A pesar de que lo invitaron ellos mismos, Iglesia y autoridades, no comprendieron quién era el que venía.
Estuvieron tan lejos de la realidad que no se dieron cuenta de cuál era el pueblo que lo esperaba, el que él vino a buscar. El altar que Francisco se antojaba en medio de la gente sencilla lo rodearon con un círculo de cuadras y cuadras de miles de sillas que acapararon ellos. En sus sillas cercaron al papa los engolados, los que se sienten autoridades. Bien sentados lo acapararon los poderosos, los soberbios, con sus amigos.
El pueblo que Francisco buscaba, con sus enfermos y sus ancianos, quedó lejos, a kilómetros, donde no llegaron claras las imágenes que debían llegar, ni las palabras que nuestro visitante dijo para ellos.
Menos mal que Francisco y sus pobres tienen espaldas para sobrellevar esa experiencia y mil golpes más
Nada sucede sin la venia del Señor. Todo encaja en su Divina Providencia, por lo que abandonarse en sus brazos y repetir la oración de cada dia "Hágase tu Voluntad..." es la forma más sabia y más humana de aceptar la vida con sus grandezas y sus miserias.
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jueves, 16 de julio de 2015
jesuíta Alvaro Puente y no pongo "ex-sacerdote" porque una vez ordenado se es sacerdos in aeternum...escribe lo que vió triste porque "se la hicieron a Francisco" y no permitieron que llegase a la Bolivia profunda...demasiadas barreras para llegar al pueblo mismo como Francisco lo hace, lo desea, lo pide...
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