Todas nuestras acciones, en cuanto tienen alguna incidencia en la convivencia social, son políticas. La base de la política es –o debería ser– el bienestar de los pueblos, la paz basada en la justicia y el respeto igualitario de la dignidad de todos los seres humanos.
Por eso la Navidad tiene también una dimensión política. Y, bajo esta mirada, hoy podemos observar dos maneras muy distintas de festejar la Navidad. La sociedad de consumo se ha encargado de maquillar la Navidad dándole una dimensión política opuesta a la del Evangelio de Jesús. Pues ¿en qué queda hoy aquel relato del censo que obliga a una mujer embarazada y a su compañero a viajar pobremente y, por ser pobres, encontrar rechazo en todo alojamiento? ¿Cómo queda aquella preferencia de Dios por los pobres, al llamar a una joven de Nazaret –un insignificante pueblo de Palestina- a ser madre de Jesús? ¿Y quién recuerda en estas fiestas aquella frase de María recién embarazada cuando visita a su prima, y le dice: “Dios manifiesta su fuerza y dispersa a los soberbios. Derriba a los poderosos de sus tronos y eleva a los humildes. Llena de bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías” (Lucas 1, 51-53).
El sonrosado, satisfecho y bonachón personaje patrocinado por Coca Cola ha ocultado a aquel niño y a su madre en parto, en un establo rodeado de animales, sucio de paja y estiércol, acompañados eso sí de los pobres como ángeles solidarios.
Es más, uno de los relatos más terroríficos del evangelio de estas fechas es la cruel acción del rey de turno que para defender su poder manda asesinar a los niños recién nacidos en esos días.
La sociedad satisfecha ha convertido esta memoria en una fiesta de chistes y bromas, escapando como escapamos tantas veces de lo profundo de los hechos. Y quizás ya no nos acordamos de que esta situación obligó a aquella familia a salir al exilio, como refugiados políticos.
Mientras el 20 por ciento de la humanidad disponga para su disfrute del 80 por ciento de los medios de vida y el 80 por ciento de la humanidad deba contentarse con solo el 20 por ciento de lo que queda, no podemos decir que la Navidad no tiene nada que decir a esa injusticia. Y hacer justicia es la primera obligación de la política, si quiere conseguir la paz.
Mientras no despierte nuestra solidaridad la digna rebeldía de los presos, estos días en Cochabamba, que denuncian la irresponsabilidad de las autoridades y el hacinamiento en las cárceles…, estaremos dejándonos robar la Navidad de Jesús por la Navidad Coca-Cola, con todo lo que ella simboliza, para que nada cambie.
Por eso la Navidad tiene también una dimensión política. Y, bajo esta mirada, hoy podemos observar dos maneras muy distintas de festejar la Navidad. La sociedad de consumo se ha encargado de maquillar la Navidad dándole una dimensión política opuesta a la del Evangelio de Jesús. Pues ¿en qué queda hoy aquel relato del censo que obliga a una mujer embarazada y a su compañero a viajar pobremente y, por ser pobres, encontrar rechazo en todo alojamiento? ¿Cómo queda aquella preferencia de Dios por los pobres, al llamar a una joven de Nazaret –un insignificante pueblo de Palestina- a ser madre de Jesús? ¿Y quién recuerda en estas fiestas aquella frase de María recién embarazada cuando visita a su prima, y le dice: “Dios manifiesta su fuerza y dispersa a los soberbios. Derriba a los poderosos de sus tronos y eleva a los humildes. Llena de bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías” (Lucas 1, 51-53).
El sonrosado, satisfecho y bonachón personaje patrocinado por Coca Cola ha ocultado a aquel niño y a su madre en parto, en un establo rodeado de animales, sucio de paja y estiércol, acompañados eso sí de los pobres como ángeles solidarios.
Es más, uno de los relatos más terroríficos del evangelio de estas fechas es la cruel acción del rey de turno que para defender su poder manda asesinar a los niños recién nacidos en esos días.
La sociedad satisfecha ha convertido esta memoria en una fiesta de chistes y bromas, escapando como escapamos tantas veces de lo profundo de los hechos. Y quizás ya no nos acordamos de que esta situación obligó a aquella familia a salir al exilio, como refugiados políticos.
Mientras el 20 por ciento de la humanidad disponga para su disfrute del 80 por ciento de los medios de vida y el 80 por ciento de la humanidad deba contentarse con solo el 20 por ciento de lo que queda, no podemos decir que la Navidad no tiene nada que decir a esa injusticia. Y hacer justicia es la primera obligación de la política, si quiere conseguir la paz.
Mientras no despierte nuestra solidaridad la digna rebeldía de los presos, estos días en Cochabamba, que denuncian la irresponsabilidad de las autoridades y el hacinamiento en las cárceles…, estaremos dejándonos robar la Navidad de Jesús por la Navidad Coca-Cola, con todo lo que ella simboliza, para que nada cambie.
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