Evo Morales frente a Dios
La religión no fue inventada por los curas católicos y tampoco éstos fueron los primeros en hablar de la existencia de un ser supremo llamado Dios. Desde los tiempos más primitivos los seres humanos se han apegado a alguna forma de deidad, motivados por el miedo y por buscar explicaciones a las cosas que a simple vista parecen ininteligibles. Los incas tenían sus propios dioses y entre los aymaras, como se ha visto, abundan las manifestaciones religiosas en las que queda perfectamente claro el reconocimiento de una superioridad intangible.
El presidente Morales intentó el pasado lunes dejar claro que su apego a Jesucristo es por motivos ideológicos. Dijo que lo admira porque luchó por los pobres y se comparó con él. El problema es que al primer mandatario le salió casi por un impulso inconciente la señal de la cruz frente al cura que lo recibió en la Catedral de La Paz, hecho que confirma que entre él y Dios hay una ligazón (de “religión”) de la cual no se ha podido desprender, pese al fuerte adoctrinamiento marxista que ha recibido de sus asesores. El temor a Dios lo lleva muy dentro de su ser como sucede con muchos que a veces reniegan de la espiritualidad o que tratan de declararse ateos.
Evo Morales no es el primer líder en hacerle la guerra a la religión. Los políticos, sin distinción, siempre han querido erigirse como los mesías frente a la sociedad y a los más ambiciosos precisamente les incomoda la “competencia”. Los monarcas del período absolutista fueron muy inteligentes en ponerse en la misma línea de la divinidad para que los súbditos no tengan conflicto alguno en distinguir el poder político del poder divino, que supuestamente los había engendrado.
Fue Carlos Marx el que decidió tomar el toro por las astas y promovió el nacimiento de un régimen político absolutamente ateo. Decía que la religión es el opio del pueblo y combatió desde sus teorías políticas y económicas la existencia de un poder eclesiástico que le haga sombra al Partido Comunista, llamado a ser la respuesta espiritual y material a todas las necesidades del pueblo. No había nada más allá del Estado y el ciudadano no tenía por qué recurrrir a otra instancia suprema en busca de satisfacción. El régimen era el camino seguro hacia la felicidad.
Todos sabemos cómo terminaron esas teorías y sobre todo, conocemos que los únicos que alcanzaron la felicidad fueron los camaradas del partido y los demás, “a rezarle a los santos” para conseguir algo de comida. Cuba es hoy la viva representación de lo que estamos hablando.
Evo Morales es heredero de toda esa “chanfaina”. Pretende que los bolivianos lo declaren una especie de dios, capaz de solucionar todos los problemas del país. Busca un régimen perpetuo, absoluto y mesiánico. Esa pretensión es particularmente difícil en Bolivia, donde han sido los curas católicos los que han fundado pueblos en todo el territorio, han construido escuelas, caminos y hospitales, ante la ausencia casi absoluta del Estado. La Iglesia no sólo está presente en obras tangibles. Ella hace presente a un Dios bondadoso y solidario al que le temen y le adoran. Ponerse a esa altura es una carga demasiado pesada.
Al mesianismo de los políticos le incomoda la religión por el poder que representa y también le molesta Dios porque es más que ellos.
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