En medio de la escalada de mentiras, amenazas, denuncias de más y más corrupción, los obispos de la Iglesia católica han presentado, ayer, la “Carta Pastoral sobre narcotráfico y drogadicción. Hoy pongo ante ti la vida o la muerte”.
Se trata de un documento que aborda el fenómeno de la producción, comercialización y consumo de drogas ilegales en el país, mostrando una radiografía integral del problema, un compendio del estado del debate sobre cómo enfrentarlo y una exhortación a que todos asuman la cuota parte de responsabilidad que les corresponde para ello.
Asimismo, ofrecen toda su colaboración en esa tarea, particularmente la rica experiencia que la Iglesia ha adquirido en las obras sociales de atención y rehabilitación de drogadictos, que son las principales víctimas de esa violenta cadena.
Los obispos no dudan en calificar al narcotráfico como un crimen contra la creación de Dios, que atenta contra la cultura y la legalidad, distorsiona la economía y trastoca la institucionalidad del Estado. Y si bien reconocen los esfuerzos que se hacen desde el Estado para enfrentarlo, alertan en sentido de que el país es catalogado como productor de droga ilegal, y no sólo de su materia prima, que es el primer eslabón de la cadena; también como de tránsito, situación que cuestiona la capacidad de interdicción del Estado e incluso hace temer por la existencia de complicidades, y, ahora, también es un país donde crece el consumo, lo que destruye seres humanos y familias, generando, además, violencia y corrupción.
Ante ese panorama, los obispos consideran, como ya se ha señalado, que son las instituciones del Estado, junto a la propia sociedad las que deben asumir el desafío de enfrentar el problema, evitando improvisaciones que pueden ser muy dañinas, como la de su legalización o sólo atacando los eslabones más débiles de esta cadena.
Por ello, también acusan con decisión a los criminales que organización este ilegal comercio, exhortándolos, más aún si se reclaman cristianos, a una auténtica reconversión; asimismo, establece que quien produce coca sabiendo que ésta será destinada a la fabricación de cocaína es parte de la cadena criminal, así como los comercializadores de las drogas ilegales.
De esta manera, los Obispos reponen en la agenda pública un tema que en muchas oportunidades trata de ser disimulado como es el de la producción, comercialización y distribución de drogas ilegales. Y si bien pueden haber coincidencias o divergencias con el contenido de este mensaje, su gran valor radica, por un lado, en que presenta un diagnóstico certero de la realidad y, por el otro, convoca a un abierto debate sobre cómo se debe enfrentar el fenómeno del narcotráfico en sus diferentes eslabones.
En este sentido, sería muy importante que las autoridades reaccionen con la madurez que el caso exige y no como ya lo hicieron en alguna oportunidad amenazando incluso con enjuiciar a algún obispo que expresó su preocupación por el crecimiento del problema. Se trata de una realidad presente que, como dicen los obispos, sólo podremos enfrentar acordando políticas de largo aliento entre el Estado y la sociedad, y hacerlo con “esperanza y compromiso”.
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