Los católicos del mundo y probablemente aquellos que no lo son, vivirán hoy una jornada especial al asistir a dos canonizaciones que no tienen precedentes
Hoy serán santificados los papas Juan XXIII y Juan Pablo II en una ceremonia que reunirá a millones de fieles católicos. Se trata de un hecho trascendente dadas las características de los personajes y el papel que cumplieron en el ejercicio de sus respectivos pontificados.
Juan XXIII fue, sin duda, el hombre del aggiornamento de la Iglesia Católica a los tiempos modernos y con el impulso que dio a la realización del Concilio Vaticano II logró revertir el proceso de aislamiento en el que esta poderosa institución estaba sumida, reconociendo la importancia de los procesos de cambio en busca de crear mejores condiciones de vida frente a situaciones de intolerable injusticia y exclusión.
Por su parte, Juan Pablo II, además de ser el papa que visitó los más recónditos lugares del mundo haciendo real la presencia de la Iglesia Universal, cumplió un papel fundamental en el derrumbamiento del viejo y obsoleto sistema del socialismo real, ayudó a abrir los procesos de modernización de la Europa del Este y, paradojas de la vida, luego denunció las fatales consecuencias para la gente pobre de la aplicación de un capitalismo salvaje y corrupto. En el campo de la doctrina fue un riguroso exponente de la ortodoxia, impulsando la construcción de una especie de “pensamiento único” que implicó el alejamiento de personalidades del mundo de la teología que, empero, hoy vuelven a ser recuperados como servidores leales de la Iglesia.
Y es un papa como Francisco el que ha decidido que hoy ambos pontífices, exponentes de diferentes carismas de la Iglesia Católica sean canonizados. Lo hace, seguramente, porque se encuentra, por un lado, impulsando la revisión del papel de la Iglesia en el mundo y la recuperación de los principios del servicio a la gente, especialmente a los más desamparados, la transparencia y la pobreza, como guías de su acción, y, por el otro, ha alcanzado una presencia vigorosa en el mundo actual. De esa manera recupera, sin duda, la concepción de una Iglesia al servicio de la gente, al margen de lo que constantemente denuncia como las “ideologías” que sólo oscurecen la fe y el pensamiento.
Como señalan muchos entendidos y se ha difundido a través de los medios, lo que la Iglesia hace hoy con Juan XXIII y Juan Pablo II es santificar, reconocer sus grandes virtudes que han propagado –desde el enfoque que se dé– a la propia Iglesia Católica. No así sus errores que, sin duda, los han tenido y que, debido precisamente a su impronta, también han trascendido a la institución eclesial. Sin embargo, la Iglesia, con esta decisión, asume que en el balance las virtudes pesan más que los errores, por lo que deben ser difundidas y, en lo posible, emuladas.
Así, los miles de millones de católicos y probablemente cientos de miles de no católicos vivirán hoy una jornada especial al asistir a dos canonizaciones que no tienen precedentes y que ratifican la fuerte presencia de la Iglesia en el mundo.
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