El vigoroso y oportuno llamado de la Iglesia Católica a movilizarse y votar contra la corrupción no significa que haya tomado una posición partidista. En todo caso, la convocatoria eclesiástica reflejada en el documento que lleva como título Manifiesto de la esperanza debería ser entendida como un aporte en lugar de ser tachada de crítica.
Es normal que la Iglesia, por representar al culto mayoritario de nuestro país, se involucre en los grandes temas nacionales. Uno de ellos es la pobreza, como bien hizo en recordar el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio.
No es novedosa esta preocupación ni puede prestarse a especulaciones políticas.
Tampoco es novedoso, entre las inquietudes de la Iglesia, que los ciudadanos deban exigir transparencia y honestidad a los representantes políticos. ¿De quiénes, si no de ellos, debe emanar la transparencia y la honestidad que permita a la gente volver a confiar en sus dirigentes? Confiar es una forma de participar. No es suficiente, desde luego, pero peor aún es bajar los brazos en señal de derrota frente a la desesperanza.
Con esa actitud negativa nada se consigue frente a la "amarga sensación de desánimo y mezquino individualismo" que, según el documento eclesiástico, rodea la inminente celebración del Bicentenario, que la Argentina comparte este año con Colombia, México, Chile y Venezuela.
Nada irrita más que la indiferencia frente a un problema concreto, como la pobreza. Y la Iglesia no puede ocultarlo. Se encuentra en esa penosa situación el 13,2 por ciento de los argentinos de acuerdo con estadísticas oficiales y más de un tercio de la población según datos privados, algo aberrante en un país que se supone rico en recursos naturales.
De nada valen las poco fiables estadísticas gubernamentales que traducen en cifras supuestamente halagüeñas situaciones pavorosas que lastiman las pupilas en todo el país, empezando por los chicos que revuelven la basura en las grandes ciudades.
Son la transparencia y la honestidad las herramientas más eficaces para evitar suspicacias en momentos en que resurgen casos escandalosos de corrupción nunca dilucidados en los cuales están envueltos funcionarios gubernamentales y empresarios que han acompañado o aún acompañan a los Kirchner en su gestión.
Frente a la ausencia de partidos consolidados, secuela de la crisis de 2001, y el exceso de voces políticas sólo interesadas en sacar rédito de situaciones poco claras, la Iglesia ha hecho bien en reafirmar sus valores con el pedido de no votar por aquellos candidatos que no cumplan con las premisas mínimas de honestidad. Es necesario respetar las leyes para evitar "el desorden y la anarquía", advirtió.
En la última declaración de la comisión permanente del Episcopado, los obispos habían señalado que era imperioso "superar el estado de confrontación permanente". Esa observación de indudable tono crítico no era sólo para el Gobierno, sino, también, para la oposición. Lo entendió de ese modo la propia Presidenta, anfitriona del cardenal Bergoglio y la conducción episcopal.
Sería bueno que fuera interpretada del mismo modo esta nueva intervención de la Iglesia, de modo de no dejar que se preste a falsas lecturas y quede atada a intereses que no son, precisamente, aquellos que persigue el documento eclesiástico.
También sería positivo que se tomara en cuenta el claro rechazo al aborto al exaltar la "dignidad intocable de la vida humana".
Estas posiciones hacen a la esencia misma de la Iglesia y son una contribución a la cultura democrática, fortalecida en el debate, como otras que animan a la gente a participar en política. Se asocian al fortalecimiento institucional que, desde todos los sectores de la vida nacional, se ha reclamado en más de una oportunidad.
Es un derecho ciudadano exigir a los representantes políticos cuotas mínimas de transparencia y honestidad, así como abogar por debates y consensos en lugar de decisiones tomadas en la soledad del despacho presidencial. La Iglesia, como parte importante del entramado social argentino, señala ese camino con una premisa fundamental: recobrar la cordura y no temer el disenso en tanto todos, empezando por los que más necesitan, tengamos beneficio de inventario.
Resulta imperioso que las autoridades nacionales tomen debida nota de este mensaje en lugar de seguir con su mala costumbre de pretender matar al mensajero.
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