El trabajo de estos sacerdotes que eligieron vivir muy lejos del paraíso no llamó demasiado la atención ni despertó la curiosidad mediática hasta el año pasado, cuando los narcos afincados en las villas amenazaron de muerte al padre José Di Paola, el padre "Pepe", para todos, mientras andaba en bicicleta solo por esa tierra de nadie donde no entran los taxis ni tampoco, a veces, la Policía. Sucedió hace un año, cuando el párroco de Caacupé y actual coordinador del Equipo denunció, junto con los sacerdotes que lidera, que en los barrios pobres, más allá de las leyes, la despenalización de la droga era un hecho.
"Dejate de joder o vas a ser boleta", lo interceptó uno de esos narcos, a los que Bergoglio bautizó "mercaderes de las tinieblas". Pepe tardó en procesar la amenaza. El obispo, al revés: la tomó muy en serio. Tanto, que la llevó enseguida a los medios. Fue entonces cuando la Argentina conoció la silenciosa tarea de Pepe y los curas villeros, y su compromiso con la recuperación de los chicos adictos al paco.
Desafíos de otra épocaHace 36 años -se cumplen este martes 11 de mayo-, el padre Carlos Mugica, el hombre de quienes estos curas se consideran herederos espirituales, tuvo menos suerte: cercano a la militancia social de Montoneros, sucumbió a la lógica violenta de la época tras una emboscada de la triple A. Precisamente, los curas del Padre Pepe le rendirán su homenaje el próximo domingo con una misa en la parroquia Cristo Obrero, fundada por Mugica, y una conferencia de prensa previa en la que el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia hará público un nuevo documento, el tercero del grupo, con eje en el Bicentenario.
Se consideran hijos del Movimiento de sacerdotes tercermundistas, aquellos que, en los setenta, lideraba Mugica. Entre ellos estaba Daniel de la Sierra, un cura que, para impedir que los militares erradicaran los asentamientos, se tiraba delante de las topadoras del Proceso y hoy está enterrado bajo el altar de la parroquia de la Villa 31.
Es que, en aquella época hiperpolitizada, algunos sacerdotes para el Tercer Mundo entendieron que la forma de luchar contra la pobreza y la exclusión en América latina era abrazar el compromiso político que, para muchos de ellos, pasaba en los setenta por la izquierda peronista.
"Aquellos sacerdotes eran peronistas porque el pueblo lo era", contextualiza hoy el padre Gustavo Carrara.
Claro que las cosas son ahora muy diferentes. "Es otra época y los desafíos son acordes a este momento: hoy lidiamos con la violencia del delito y de la droga, y no con la de la política. Son desafíos nuevos, pero el espíritu es el mismo", define Pepe.
En el primer piso de la parroquia de Caacupé, cinco curas de los asentamientos porteños más populosos de la Capital están reunidos para la nota con Enfoques.
Son las diez de la mañana en la Villa de Barracas y, sentados en ronda, se ceban mate entre ellos. Alrededor de la mesa parroquial, además de Pepe, el líder del Equipo, están Martín De Chiara, de 34 años, párroco de la Villa 3 y del Barrio Ramón Carrillo; Martín Carrozza, de la 31, la Villa de Retiro; Gustavo Carrara, de la 1-11-14, y el padre Juan Isasmendi, que trabaja junto a Pepe, el párroco de Caacupé.
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