“Tenemos que preguntarnos: ¿nuestra Iglesia se está volviendo más sólida o se está asustando por los ataques o las dificultades?” Son interrogantes planteados por el cardenal Julio Terrazas, presidente de la Conferencia Episcopal de Bolivia (EL DEBER, 11-05-09), que no deben caer en el vacío y, más bien, ser respondidos no sólo por el que los hace, sino también por esa gran mayoría de bolivianos que son católicos.
A estas alturas, está claro que la Iglesia católica se halla en la lista de las instituciones que quiere ‘defenestrar’ el Gobierno. Por boca del mismo Presidente lo hemos notado. Los ataques se han concentrado primero, por supuesto, en la cabeza boliviana de la Iglesia, pero no sólo por ser la cabeza, sino sobre todo por las claras palabras de ésta, que han desnudado y denunciado muchas de las cosas que azotan al país. Esa voz no está pudiendo ser acallada. Pero ahora, luego de lo primero, parece que viene lo segundo, que es amedrentar a los párrocos, acosar las parroquias, amenazar las obras de la Iglesia, tal como ha sucedido hace días en la construcción de un templo en el Plan Tres Mil de nuestra ciudad y en la parroquia Cristo Redentor de El Alto. Posteriormente, casi seguro, de alguna manera, serán los propios católicos laicos, los practicantes por supuesto, aquéllos que militan en su fe, no los mirones, los que empezarán a sentir la presión del plan ‘defenestrador’, que indudablemente existe, pues estas cosas no suceden por casualidad, sino que son fruto de una perfecta planificación y ejecución.
¿Esto está asustando a la Iglesia católica o, más bien, la hará más sólida? Para responder esta pregunta es necesario recordar, primero, que la Iglesia no son sólo los obispos, los sacerdotes y las monjas. La Iglesia somos todos los cristianos, también los que no vestimos sotana ni hábito, los que como laicos vivimos una vida inmersa en las diarias ocupaciones y preocupaciones del mundo, pero con la vista fija en Cristo, que es la cabeza de ese cuerpo, la Iglesia. Él es la cabeza de ese ‘cuerpo místico’, incompresible pero real, y nosotros somos los miembros, desde el Papa hasta abajo, todos corresponsables de lo que a la Iglesia la amenaza, la ataca y de qué se hace al respecto. Cada uno de nosotros debe decir pues: “La Iglesia también soy yo”. No se puede olvidar lo anterior.
¿Qué haremos entonces nosotros, la gran multitud de miembros de la Iglesia, que no somos ni curas ni monjas frente a la actual situación que nos amenaza? “Por supuesto no tenemos que salir con armas para defendernos, pero exigimos respeto”, prosigue el cardenal. Y para que se nos respete como Iglesia, todos debemos hacer algo, como renovar y practicar nuestras creencias, levantar la cabeza, incorporarnos y caminar. Debemos apoyar y potenciar nuestras parroquias, pues, ¿quién nos asegura que cualquiera de ellas no será la próxima atacada? Debemos estar alertas, llenar nuestros templos, orar, cantar y hablar fuerte. ¿Qué mejor rechazo podemos dar al oscurantismo que se cierne sobre nosotros que la luz ardiente de una fe cristiana renovada y sobre todo militante? Católicos, ¿dónde están?
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