Pocas veces, en la historia del país, se había visto un momento en el que las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia Católica estén tan tensas como ahora. Comenzando por el presidente Evo Morales y siguiendo por ministros, viceministros y parlamentarios del MAS, en los últimos días se han vertido una serie de duras críticas al cardenal Julio Terrazas en particular y, luego, a la institución religiosa en general.
Cuando la arremetida contra el líder espiritual de los católicos en Bolivia se agotó, el oficialismo llegó a aludir a los ingresos económicos de la Iglesia, que, según los masistas, deberían ser sujetos al pago de impuestos, como toda actividad económica.
En realidad, la controversia empezó con una homilía del cardenal Terrazas que, hace ocho días, alertó que Bolivia está en el riesgo de caer en manos del narcotráfico. Dijo que debe preocupar que “nuestro país se convierta en un espacio donde van dominando los narcotraficantes, sin Dios y sin ley, que pueden absorber la marcha del país y exterminar al pueblo boliviano”.
El Gobierno ha tomado estas palabras con tal desagrado que han llegado a aconsejarle al Cardenal que deje los hábitos y se dedique a la política. Una total falta de respeto a quien acaba de ser elegido entre los 100 personajes iberoamericanos del 2008 por el reputado diario madrileño El País.
La preocupación de la máxima autoridad eclesiástica del país sobre el narcotráfico es compartida por las Naciones Unidas. La propia Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) ha señalado, a fines de noviembre, que desaconseja incluso el acullico de la coca, en vista de los daños que puede causar en el cerebro de las personas.
Por lo demás, según las propias estadísticas del Poder Ejecutivo, el narcotráfico ha aumentado de tal manera que ahora los volúmenes decomisados son casi el doble de hace tres años. Los expertos aseguran que esas cantidades equivalen al 20 por ciento del total de la producción, con lo cual se deduce que, en realidad, es la producción de droga la que se incrementó en Bolivia.
No hay semana que no se informe de nuevos cargamentos de droga que salen del país, ni de detenidos por esta causa.
La expulsión de la DEA, un gesto que el Gobierno justificó como una muestra de dignidad nacional, se toma, por otro lado, como una puerta abierta a los narcotraficantes, pues ya no tienen el experimentado control de una oficina internacional.
Parece, por lo tanto, fundamentada la preocupación del cardenal Terrazas acerca del narcotráfico; preocupación que seguramente es compartida por muchos bolivianos que miran cómo la juventud es minada por este flagelo.
Criticar a monseñor Terrazas porque ataca al narcotráfico es, por lo menos, un error. Cuesta entender que alguien no acepte una condena a esta lacra de todas las sociedades del mundo.
Los gobernantes nunca deben perder de vista que el 80% de los bolivianos profesa la religión católica. Si la administración de Morales no comparte esa fe, le corresponde respetarla, como debe hacerlo con todas las iglesias acreditadas en el país.
A casi dos semanas de la celebración del Nacimiento de Jesucristo, la grey cristiana espera más tolerancia y humildad de su Gobierno. Que las fiestas de fin de año sirvan para curar las heridas abiertas a lo largo de un tiempo plagado de rencores.
(de Ernesto Justiniano en su sitio de igual nombre)
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