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martes, 9 de diciembre de 2008

la onda expansiva que provocó una homilía del cardenal en la catedral cruceña no termina, ahora es la prestigiada pluma de h.olmos que dedica su att.

Las palabras del cardenal Julio Terrazas el domingo 30 de noviembre han caído como un relámpago en el cielo que el gobierno creía límpido. El cardenal se encargó de recordarle que no puede haber paz en la confrontación y que Bolivia está en camino a convertirse en nación paria por nutrir al narcotráfico y mantener una actitud complaciente con la materia prima que da lugar a la droga. Al paso de las palabras del Cardenal salieron las de los principales comisarios del gobierno, que intentaron descalificarlo.
En este nuevo imbroglio el Ministro del Interior, Alfredo Rada, fue el funcionario que mejor sintonizó las ideas del cardenal. Paradójicamente, dijo las hacía suyas, pues encontraba en ellas un verdadero sentimiento cristiano. En cambio, el Viceministro de las Organizaciones Sociales Sacha Llorenti puso el pecho al frente de una situación difícilmente defendible en el exterior (aquí en Bolivia, no tiene problemas con su audiencia. Pero vaya a Viena o a Nueva York a decir lo mismo y verá que le pedirán que explique convincentemente el crecimiento de las plantaciones y la producción de droga). Otros comisarios del gobierno siguieron la línea de Llorenti e ignoraron la prudencia de darle un pitazo a la lengua.
¿Qué dijo el Cardenal que tanto irritó al presidente, a su Viceministro y otros comisarios? Advirtió que el país “se está convirtiendo en el espacio donde están dominando los narcotraficantes, sin Dios y sin ley” y pidió “hacer un esfuerzo para que Bolivia no sea el centro donde se acumula la droga, y con la droga el crimen y la maldad y la falta de perspectiva para salir por un horizonte más claro del lugar donde nos encontramos”.
¿Quién tiene argumentos para negar lo que dijo el Cardenal? Con la Ley 1008 de 1988, se decidió que el país podría cultivar hasta 12.000 hectáreas de coca para cubrir su “consumo doméstico”. Desde entonces, la extensión real se ha más que duplicado y llega a 28.000 hectáreas entre El Chapare y Yungas. De ese total, menos de un quinto sirve al mercado interno, al “acullico”. Gran parte del resto va a la producción de droga. ¿Quién puede negarlo? El propio gobierno reconoce que las incautaciones de droga han aumentado. Ningún funcionario se atreve a decir que no habría tal incremento si la oferta de materia prima no hubiese también aumentado (5% más de cultivos en 2007 respecto al año anterior. Aún no se conocen las cifras para 2008).
Los efectos ecológicos de esta explosión están en la misma escala. Un estudio dice que en los últimos años unas 15.000 hectáreas han sido desboscadas en el Chapare para la producción de coca. El incremento de químicos para convertir la producción en droga ha seguido el mismo curso ascendente: 30.000 toneladas de químicos tóxicos fueron desechadas sólo en 1988. Ese material, resultado de procesar 127.000 toneladas de hoja de coca, fue vertido mayormente sobre ríos y vertientes con consecuencias aún no cuantificadas. Eso fue hace 20 años y es fácil suponer que los desechos han aumentado al aumentar los cultivos y el tráfico. Es lógico sospechar también de “ecocidios” de magnitud desconocida.
Las turbulencias económicas baten en las puertas de todos los sectores productivos: minería, agropecuaria y hasta las remesas para el país, que tiene en el sudor de los compatriotas en el extranjero el 10% de su PIB. Están amenazados con la desocupación que cunde. Algunos creen que la coca y la droga serían los únicos “sectores” que supuestamente no serían afectados. Pero eso es sólo una especulación. La crisis también mermará el dinero del narcotráfico. Si aún así el Chapare y otras regiones se vuelven nuevamente refugios contra la desocupación, el fenómeno no pasará desapercibido a ojos extranjeros. El país no es una isla como algunos quisieran. Y el Cardenal sólo trajo la carta con la noticia.
Diciembre 7, 2008 Publicado por haroldolmos Bolivia, Iglesia, Política No hay comentarios

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