Cuando alguien dice que es “católico no practicante”, a uno le entran ganas de revisar las nociones recibidas en tiempo de catequesis y preguntarse: ¿Hay católicos verdaderos que no sean practicantes? Y cuando algunos católicos traicionan a su cardenal asegurando que hay dos iglesias: la jerárquica y “la de base”, uno ya no sabe a qué atenerse.
En gran medida, el católico boliviano peca de ignorancia de su propia doctrina. He conocido líderes católicos, cuya fe no pongo en duda, que no han leído a San Agustín. Y otros que ni siquiera han hojeado la Biblia. Por lo tanto, uno infiere que el boliviano es un catolicismo litúrgico muy ceñido a las ceremonias, las procesiones, las novenas, los rosarios y las misas. No critico la importancia de los actos litúrgicos ni hablo de la gracia y de la fe popular, pero señalo la ausencia de rigor doctrinal en muchos intelectuales católicos. Por eso llama la atención el silencio de muchos de ellos ante las injurias proferidas por el Gobierno plurinacional contra el Cardenal y la Iglesia católica, a lo largo de estos años. Ante las acusaciones y falsedades levantadas en su contra he sentido ganas de volver a ser niño para poder rezar por este hombre nacido en Vallegrande, un 7 de marzo de 1936, en un hogar humilde y que, gracias a la Divina Providencia, ha llegado a lucir la púrpura.
Estas preocupaciones mías nada tienen que ver, desde luego, con la recia personalidad del cardenal Julio Terrazas, un hombre frágil transfigurado por su fe en Cristo, sostenido por la esperanza y animado por la caridad, cuya expresión suprema es la alegría. En el hondón de su alma y en los momentos más terribles de su vida, el cardenal debe sufrir muchísimo porque su Iglesia ha sido tentada por Satán, puesto que algunos sacerdotes y obispos se han visto incriminados en pecados nefandos, abominables y viles condenados por los Evangelios.
Es posible también que, de joven, apenas entreviera el sacrificio, el dolor y el sufrimiento que cada cura auténtico carga sobre sí como una cruz. A solas con su Dios, el cardenal se enfrenta, a cada instante, a sus propias flaquezas, pero cuando cree marchar en solitario, su corazón -ese su corazón fatigado- le susurra que toda la cristiandad lo está empujando por la espalda, pidiéndole que resista, que aguante y siga caminando hacia la perfección, predicando el diálogo y la concordia entre bolivianos, dando testimonio de su fe, perdonando a quienes le ofenden y pidiendo perdón a quienes él haya podido ofender de palabra u obra.
En homenaje a sus 75 años, su Iglesia le obsequió dos libros: Cardenal Julio Terrazas. Servidor de todos (La Paz, Conferencia Episcopal Boliviana, 2011) y Coloquios con el Cardenal Julio Terrazas, Servidor de todos (Cochabamba, Editorial Kipus, 2011). Léanlos, sean católicos o no. Así sabrán algo más de este hombre que habla en nombre del Espíritu Santo y hace repicar campanas para anunciar que Dios y su justicia existen.
En gran medida, el católico boliviano peca de ignorancia de su propia doctrina. He conocido líderes católicos, cuya fe no pongo en duda, que no han leído a San Agustín. Y otros que ni siquiera han hojeado la Biblia. Por lo tanto, uno infiere que el boliviano es un catolicismo litúrgico muy ceñido a las ceremonias, las procesiones, las novenas, los rosarios y las misas. No critico la importancia de los actos litúrgicos ni hablo de la gracia y de la fe popular, pero señalo la ausencia de rigor doctrinal en muchos intelectuales católicos. Por eso llama la atención el silencio de muchos de ellos ante las injurias proferidas por el Gobierno plurinacional contra el Cardenal y la Iglesia católica, a lo largo de estos años. Ante las acusaciones y falsedades levantadas en su contra he sentido ganas de volver a ser niño para poder rezar por este hombre nacido en Vallegrande, un 7 de marzo de 1936, en un hogar humilde y que, gracias a la Divina Providencia, ha llegado a lucir la púrpura.
Estas preocupaciones mías nada tienen que ver, desde luego, con la recia personalidad del cardenal Julio Terrazas, un hombre frágil transfigurado por su fe en Cristo, sostenido por la esperanza y animado por la caridad, cuya expresión suprema es la alegría. En el hondón de su alma y en los momentos más terribles de su vida, el cardenal debe sufrir muchísimo porque su Iglesia ha sido tentada por Satán, puesto que algunos sacerdotes y obispos se han visto incriminados en pecados nefandos, abominables y viles condenados por los Evangelios.
Es posible también que, de joven, apenas entreviera el sacrificio, el dolor y el sufrimiento que cada cura auténtico carga sobre sí como una cruz. A solas con su Dios, el cardenal se enfrenta, a cada instante, a sus propias flaquezas, pero cuando cree marchar en solitario, su corazón -ese su corazón fatigado- le susurra que toda la cristiandad lo está empujando por la espalda, pidiéndole que resista, que aguante y siga caminando hacia la perfección, predicando el diálogo y la concordia entre bolivianos, dando testimonio de su fe, perdonando a quienes le ofenden y pidiendo perdón a quienes él haya podido ofender de palabra u obra.
En homenaje a sus 75 años, su Iglesia le obsequió dos libros: Cardenal Julio Terrazas. Servidor de todos (La Paz, Conferencia Episcopal Boliviana, 2011) y Coloquios con el Cardenal Julio Terrazas, Servidor de todos (Cochabamba, Editorial Kipus, 2011). Léanlos, sean católicos o no. Así sabrán algo más de este hombre que habla en nombre del Espíritu Santo y hace repicar campanas para anunciar que Dios y su justicia existen.
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