Los diputados del MAS y de PODEMOS se agarraron a puñetes y patadas en el hemiciclo parlamentario de la Plaza Murillo, en La Paz. Las imágenes de ese pugilato bochornoso aparecieron en los medios de información del mundo, avergonzándonos como bolivianos. Mientras tanto, el Senado de Bolivia hizo algo diferente: otorgó a Xavier Albó la Condecoración Senatorial al Mérito Franz Tamayo, por su defensa de los derechos de los pueblos indígenas y por sus múltiples investigaciones que han contribuido a un mejor conocimiento de las culturas bolivianas.
La medalla está bien, es un reconocimiento, pero no pesa ni una centésima parte en oro, del valioso aporte de Xavier durante toda su actividad como antropólogo y lingüista. Xavier es de esos jesuitas brillantes, trabajadores, productivos y admirables por su dedicación a los temas que defiende. La causa de las culturas originarias de Bolivia es solo una parte de un marco más amplio: la lucha por la democracia.
En 1978, cuando el pueblo boliviano luchaba para derrocar a la dictadura de Bánzer, Xavier fue uno de los centenares de huelguistas de hambre que contribuyeron al resquebrajamiento del régimen. En su grupo de huelguistas, en el diario Presencia, estaba también Domitila de Chungara y Luis Espinal.
Trabajé con Xavier en CIPCA, el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (que él fundó y dirigió junto a Lucho Alegre), de 1978 a 1980, hasta el mismo día del golpe militar de García Meza en que muchos tuvimos que escondernos o salir al exilio. También estuvimos juntos en la asamblea de Aquí, semanario independiente dirigido por Luis Espinal que se opuso a los planes golpistas y denunció la corrupción.
Cuando asesinaron a Luis Espinal, pasé un par de semanas en la casa que compartían él y Xavier (y otros) en Miraflores, sumido en los papeles de Lucho y recibiendo todo el apoyo de Xavier para elaborar un libro para la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, “Luis Espinal, el grito de un pueblo”, que luego del golpe fue publicado en Lima (y una segunda edición en España). Xavier escribió el capítulo sobre Luis Espinal y la religión.
En todo evento sobre derechos humanos, Xavier ha estado presente, siempre. Para dar una misa a la memoria de Marcelo Quiroga Santa Cruz, para apoyar a los familiares de los detenidos y desaparecidos, para trabajar con las comunidades campesinas de Qurpa y en los barrios de El Alto. Y ese activismo de sólidos principios humanistas, no le impide desarrollar una actividad intelectual formidable, rodeado de libros y documentos en su cuarto de las casas de jesuitas en las que ha vivido.
Sus 30 libros y más de 250 artículos son la prueba de su enorme tarea de investigador y ensayista. Como co-editor ha contribuido en la publicación de más de 50 Cuadernos de Investigación de CIPCA, y su aporte como miembro del Consejo de Redacción de la revista Cuarto Intermedio ha arrojado un número similar de ediciones.
Aunque nacido en La Garriga, Catalunya, en 1934, Xavier es más boliviano que yo y que muchos bolivianos. Desde su llegada en 1952, recién egresado de la Compañía de Jesús, se propuso amar a Bolivia y dedicarle su vida. Habla quechua, aymará, y un poco de guaraní… (ejemplo para quienes claman indigenismo sin esfuerzo) además de castellano, inglés, catalán, creo francés y también alguito de alemán. Alguna vez le pregunté y eran como siete u ocho lenguas, sin contar las muertas.
Tanto habría que decir sobre Xavier y lo que nos ha tocado compartir en diferentes etapas de la vida. Pero este es solamente un saludo, un abrazo electrónico y público, un pequeño añadido al reciente homenaje y a todos los que se merece y todavía no recibe.
(La crónica ha sido escrita por Alfonso Gumucio Dragón y está publicada por bolpress.)
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