Llegó a Bolivia el superior general de la Compañía de Jesús, Societatis Jesus, Adolfo Nicolás. Su breve estadía en el país tiene por objeto tomar el pulso a un puñado de hombres que no llega al centenar pero que desarrollan una intensa actividad en diversos campos, desde la evangelización a la salud, la formación técnica, pasando por la educación, la comunicación social y otros trabajos que se engloban bajo el lema de Fe y Justicia. Tan sólo en la actividad educativa, la Compañía de Jesús en Bolivia dirige establecimientos que forman a 260.000 niños y jóvenes. La comunicación, transmite sus mensajes a través de las radios, los canales de televisión y una agencia de noticias. El modo de ser y de actuar de esta congregación religiosa cultiva y fomenta en sus miembros y discípulos, el espíritu de excelencia, sin vanos triunfalismos. Se califica a sí misma -como lo quería el fundador, Ignacio de Loyola- como la “mínima Compañía”.
Los jesuitas fueron varias veces expulsados por intrigas palaciegas, otras veces requerido para asumir el trabajo que algunos organismos del Estado no alcanzan a realizar.
El superior general que nos visita es de trato sencillo y afable. Procede de tierras de pan llevar, de la Castilla profunda, curtida por el sol radiante del rojo verano, como el que brilla en el Altiplano, y por la helada y la nieve del gélido invierno que pasman el trigo antes de que llegue al molino para proveernos de nuestro pan de cada día. Este puñado de hombres no trabaja solo. Es una parte de la Iglesia de Bolivia, junto con los obispos, el clero diocesano, las demás congregaciones religiosas, masculinas y femeninas y la valiosa cooperación de los laicos comprometidos con el Evangelio.
Entre los mensajes que el P. Nicolás ha adelantado, rescato el que dirigió a los empresarios peruanos: “todavía hay muchos por hacer para construir una sociedad justa”. “Habrá que seguir adelante para que haya una preocupación por reducir el sufrimiento de la mayoría… para que el país se ponga en la línea del Reino de Dios, en el que todos tengan la posibilidad de vivir una vida humana, sin miedo ni opresión”.
A Bolivia le ha correspondido la fortuna de conservar la herencia que nos legaron los primeros que llegaron como avanzadilla. Ellos nos legaron: los templos coloniales que tachonan el Altiplano. Y la joya que conocemos propiamente como las misiones jesuíticas del oriente, cuyos templos fueron cuidadosa y fielmente restaurados. Para que esto último fuera posible, los misioneros -unos doctos, otros artesanos- enseñaron a los indígenas las artes y oficios que todavía practican y en las que demuestran una notable habilidad. Las festividades religiosas se celebran con los ritos que se conservan tal y como fueron en los siglos pasados. ¡Y la música barroca, admirada por los más destacados musicólogos!
Me es imposible, continuar en esta relación. Terminaré pues deseando al P. Nicolás, una provechosa visita a Bolivia y elevando una oración al divino Jesús para que ese puñado de hombres cumplan con su divina voluntad que no es otra que la de promover la fe y la justicia en estos tiempos injustos y descreídos.
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