No hay nada que permanezca para siempre sino somos capaces de cuidarlo, mimarlo, protegerlo, interesarnos por ello, es decir, hacerlo nuestro. Leía estos días unas palabras sobre el amor, eran de Thomas Merton. Afirma que el don del amor es un don de la fuerza y de la capacidad de amar. Por consiguiente, el amor sólo puede conservarse dándolo, y sólo puede dársele perfectamente cuando también se le recibe.
Dando lo que tenemos, por poco que nos parezca, es toda una vida, todo un esfuerzo, toda una riqueza que no deja de sorprendernos. Es gracias al amor que somos capaces de lograr lo que no hubiésemos ni imaginado con nuestras propias fuerzas, porque hay algo que nos empuja, alienta y recorre toda nuestra vida. Ese amor nos hace crecer y ser nosotros mismos. Nos lleva a olvidarnos de nuestros propios intereses para pensar en los de mi hermano, y no es que el amor prefiera el bien del otro al de sí mismo, sino que ni siquiera compara los dos bienes… sólo hay un bien, el del amado, que es, al mismo tiempo, el suyo.
Existe un aspecto muy importante en referencia al tema, y es que si no está basado en la verdad, no puede existir, es algo falso. El amor, el cariño no está basado únicamente en sentir aprecio por una persona, en experimentar simpatía por ella o simplemente por el deseo de verle contenta… sino que, lo que nos ha de mover ha de ser que Dios la ama infinitamente, es decir, la verdad que hemos de amar en nuestros hermanos es Dios mismo, viviente en ellos, y sólo lo podremos discernir por la acción del Espíritu Santo que habita en lo profundo de nuestro corazón. Texto: Hna. Conchi García.
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