Como os habréis quedado con ganas de escuchar algo más de el viejo profesor, os acerco otro clarificador párrafo:
"Yo, en broma, suelo decir que Dios no abandona nunca a un buen marxista, es decir, que realmente no hay ninguna contradicción ni ningún problema para nosotros, el mundo agnóstico, para admitir a las personas de fe. Incluso yo dijera que reverenciarlas. Reverenciarlas porque la fe es un hecho inaudito, es un hecho extraordinario. La fe profunda, sólida y auténtica es uno de los fenómenos más interesantes que se producen en la mundanalidad, en donde estamos, en el mundo de lo que hay."
Se escuchan bien estas palabras de Tierno. Sobre todo hoy, que con tanta saña se desacredita y persigue la cultura cristiana. Dato curioso a retener: fue don Enrique designado alcalde gracias a pactos poselectorales entre PSOE y PCE. En realidad, había ganado las elecciones la Unión de Centro Democrático... ¿No os suena...?
LA ALEGRÍA DE LA FE
La noticia que quiero compartir con vosotros es que acabo de subir a mi web Nido de Poesía siete poemas ilustrados sobre "La alegría de la fe". Son autores Luis Alberto de Cuenca, Gabriela Mistral, Rafael Alfaro, Fausto Botello, Juan Mollá y Sagrario Torres. Asomaos y disfrutad una experiencia de integración de texto, imagen y sonido... Pero quisiera cerrar este post con fragmentos de un largo escrito (16 estrofas) de mi admirado poeta José María Fernández Nieto. El título de sus versos es "Relámpago de Dios", y voy a tener la osadía de picotear algunos bellos párrafos:
Uno que ya no sabe si es de día
o si es de pena cuando llega el caso;
uno que está dudando todavía
y que si cree en Dios es por si acaso...
Uno que, a veces, por ejemplo, llora
porque no ve la luz definitiva
y tiene que poner su amor en hora
para no navegar a la deriva...
Pues bien, uno que está –¡quién lo diría!–
seco, infecundo, mineral, vacío,
siente, no sabe cómo, que un buen día
le mana Dios por dentro como un río.
Y se halla, por ejemplo, tan ardiente,
tan sediento de Dios, tan anhelante,
que le gorjea un pájaro en la frente
para que deje de llorar y cante.
Y desde entonces Dios es quien escribe,
quien arde en cada verso, quien estrena
cada palabra inédita, quien vive
y florece de gozo en cada pena.
Uno, entonces, sonríe y se arrodilla
dejándose llevar a lo divino
y en el páramo yermo de su arcilla
se le abre el corazón como un camino.
Y uno que, por ejemplo, no sabía
que era de amor, de luz y de pureza,
aprende junto a Dios que la alegría
es hija natural de la tristeza...
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