Fue un regalo, un don para los agustinos, los pobres, los devotos del Cristo del Gran Poder, de cuyo santuario de La Paz, fue capellán más de 13 años. Era una persona buena, que hacía el bien a raudales, en silencio y calladamente, por eso le proclamamos profeta anónimo
En mis años jóvenes, cantaba el trovador:
¿Dónde están los profetas que en otro tiempo nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar?
Sin profecía se oscurecen las utopías. Parece que casi todo ha cambiado. Muchos miran al pasado con nostalgia. Otros, muchos más, miran al futuro con la mirada puesta en los empobrecidos, excluidos, lo “sobrante” del mundo neoliberal. En el centro, para otros, Jesús de Nazaret.
Sigue en pie y en la brecha esa legión admirable de mujeres y hombres sencillos, callados, buscadores del bien común, que viven en libertad, profecía y parresía, que muestran una manera nueva de hacer iglesia, un nuevo modelo, un nuevo paradigma, poblado de testigos y profetas.
Propiamente son “Profetas anónimos”, identificados con los más humildes, afligidos, menesterosos, excluidos, pero, eso sí, empleados cotidianamente en la tarea liberadora, sanadora, humanizadora, como Jesús (LG 35).
Lo he vivido con un hermano agustino que acaba de morir. El perfil del profeta anónimo conforma y define a Juan Pedro Smetsers, agustino holandés, 56 años de misionero en Bolivia y en Bolivia quiso enterrarse, en presencia conmovida de su hermano Antón Smetsers, venido desde Holanda.
Su funeral, presidido por el arzobispo de La Paz, Mons. Edmundo Abastoflor y por el obispo emérito de Palencia, Nicolás Castellanos Franco, era una fiesta, un día de júbilo y de gloria, así lo declaró y celebró el arzobispo de La Paz. Y los pobres y el pueblo con sus lágrimas abundantes, sus palabras encendidas y su oración ferviente y dolorida, así lo proclamaban también y, de alguna manera, lo estaban canonizando popularmente, como se hacía en la iglesia primitiva.
En el cementerio, un mendigo de rodillas ante el féretro de Fr. Juan Pedro, le decía “Vos eras mi padre, ahora me quedo solo en el mundo”.
La despedida de Juan Pedro se convirtió en Pascua, en el encuentro definitivo con el Padre, el Dios de la Vida y de la Misericordia.
Aquel joven agustino holandés llegó a Bolivia a evangelizar, desde la promoción integral de TODO el hombre y de TODAS las mujeres y hombres.
Verdaderamente la Eucaristía fue una emocionada acción de gracias al Padre, porque el Padre Juan Pedro fue un regalo, un don para los agustinos, los pobres, los devotos del Cristo del Gran Poder, de cuyo santuario de La Paz, fue capellán más de 13 años.
Fr. Juan Pedro, como tantos laicos, religiosos, sacerdotes, era una persona buena, que hacía el bien a raudales, en silencio y calladamente, por eso le proclamamos profeta anónimo.
El autor es sacerdote de la Orden de San Agustín, obispo emérito de Palencia, España, ganador del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia (1998).
Nada sucede sin la venia del Señor. Todo encaja en su Divina Providencia, por lo que abandonarse en sus brazos y repetir la oración de cada dia "Hágase tu Voluntad..." es la forma más sabia y más humana de aceptar la vida con sus grandezas y sus miserias.
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viernes, 16 de septiembre de 2016
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