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sábado, 7 de diciembre de 2013

Francisco es una caja de sorpresas. sus gestos más que sus palabras están mostrando un cambio profundo, no menos en su relación con los judíos, según lo destaca Los Tiempos en su editorial

Si hay algo que ha caracterizado los primeros meses del pontificado del papa Francisco es el inusitado vigor con que desde el primer día se dio a la tarea de sacar a la Iglesia Católica de una de sus más profundas crisis de los últimos tiempos. Y entre los muchos gestos que van haciéndolo merecedor de un lugar destacado en la historia de la sociedad contemporánea, y no sólo de la Iglesia Católica, hay uno que destaca: su actitud hacia el judaísmo.
Recientemente, el papa Francisco ha lanzado al mundo dos muy fuertes señales en esa dirección. Primero fue la especial relevancia que dio a la conmemoración de la “Noche de los Cristales Rotos” contra los judíos alemanes, ocasión en la que recordó lo estrechos que son, por razones religiosas e históricas, los vínculos entre el judaísmo y el cristianismo.
Para ir más allá de lo que podía haber quedado sólo como un acto más de solidaridad verbal con las víctimas de una injusticia, el papa Francisco aprovechó la oportunidad para dejar constancia de la magnitud de su mensaje. “Renovamos nuestra proximidad y solidaridad con el pueblo judío y oremos a Dios para que la memoria del pasado nos ayude a ser siempre vigilantes contra todas las formas de odio y la intolerancia”, dijo. Y para cerrar cualquier resquicio de duda sobre el verdadero sentido de sus palabras, afirmó que “Los judíos son nuestros hermanos mayores, los más grandes”.
Como si tales mensajes y actitudes no fueran por demás suficientes para dejar claramente establecida la decisión papal, pocos días después, en el Vaticano, Francisco recibió la visita del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Y lo hizo en tal ambiente de cordialidad que hacía innecesarios los discursos. Pese a ello, ni el papa ni el gobernante israelí escatimaron palabras, gestos simbólicos ni mutuos elogios para despejar cualquier duda sobre su voluntad de superar desencuentros históricos y construir una nueva relación sobre la base de “nuestra herencia común”.
Como es fácil constatar a la luz de más de 5.000 años de historia común y 2.000 del distanciamiento, la importancia del viraje hacia la reconciliación que está dando Francisco tiene muy pocos precedentes en la historia de dos de las religiones más influyentes en el mundo occidental.
Tan importante viraje, como era de esperar y temer, no ha sido visto con indiferencia por quienes se consideran herederos de las más recalcitrantes corrientes antisemitas del catolicismo y propugnan un retorno a los tiempos preconciliares. Ha llegado tan lejos la reacción contra los actos del papa Francisco, que desde las filas más conservadoras del catolicismo se oyen cada vez más altas las voces que desconocen la autoridad papal, hablan de la “sede vacante” y advierten sobre la posibilidad de un nuevo cisma.
Así pues, todo parece indicar que los actos del papa Francisco, sean estos vistos a la luz del pasado o de su proyección hacia el futuro, desde la óptica religiosa o secular, están abriendo un nuevo capítulo trascendental en la historia de nuestro tiempo.
Tanto como lo fueron las circunstancias en que se produjo su ascenso al trono pontificio.

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