Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas de los cambios, ustedes son el futuro. No sean cobardes, no 'balconeen' la vida, no se queden mirando desde el balcón sin participar, entren en ella, como hizo Jesús y construir un mundo mejor y más justo".
Así de claro fue el papa Francisco en Brasil con los jóvenes durante una jornada en la que consiguió reunir en las playas de Río de Janeiro a más de tres millones de personas y seguramente muchas decenas de millones más a través de las pantallas de televisión.
Francisco no solo ha conseguido despertar la atención de la gente y motivar el entusiasmo, sino también sacudir el espíritu de la humanidad con mensajes muy concretos que se pueden resumir en una sola palabra: “valentía”.
Y obviamente ha empezado por casa, por una Iglesia a la que desde un principio ha querido mostrarla más cercana al individuo, sin los signos principescos de antaño y alejada de las estructuras señoriales que pueden haberla adormecido, sobre todo en Europa, donde nació y donde parece haber perdido muchos espacios públicos. El primer pontífice latinoamericano ha hecho un llamado a salir a las calles, a recobrar el espíritu misionero con el que Cristo y los primeros cristianos conquistaron el mundo y lo volcaron hacia una fe que aún tiene el reto de volver más humano este planeta.
Con ese mismo enfoque les ha hablado a los líderes. Les ha retado a rehabilitar la política para recuperar la ética del bien común. Justamente ahí estriba su sentido revolucionario que algunos tratan de entender de modo muy particular y obviamente, distorsionado.
Con este impulso tan particular, Francisco ha asumido un reto que es personal, pero que le pertenece más que nadie a la Iglesia Latinoamericana, de donde hoy surge la fuerza del catolicismo mundial y que ahora también aporta el discurso, mucho más concreto, natural y cercano.
Y con esa naturalidad, Francisco habla de temas que en otros tiempos han resultado espinosos para la curia católica. Aborda la homosexualidad, la necesidad de transparencia dentro de la Iglesia, de que se debe terminar con las viejas estructuras eclesiales y la excesiva solemnidad.
“Hagan lío”, ha llegado a decirle a la juventud, una invocación que puede ser un aliento para que sigan manifestando sus gestos de indignación hacia los corruptos, hacia los autoritarios y los que usan el poder para su propio beneficio, algo que ha estado sucediendo en los países árabes, en Europa y recientemente en Brasil, donde los gigantescos operativos de seguridad tuvieron que actuar con precisión para que no se entorpezca la visita papal.
El llamado a ser valientes es algo que resuena en todo el mundo ahora que surgen tantos desafíos sociales y que se presentan las oportunidades para hacer verdaderos cambios. Ha quedado demostrado que la indignación no es suficiente, que los cambios de nombre y de figuras en las estructuras de poder no han funcionado como se prometía. Hará falta una dosis mayor de esfuerzo y de audacia para conseguir que los viejos ideales de libertad, de transparencia, bien común y solidaridad se materialicen en el mundo, especialmente en los países como Bolivia donde hay tantos retos que enfrentar.
Así de claro fue el papa Francisco en Brasil con los jóvenes durante una jornada en la que consiguió reunir en las playas de Río de Janeiro a más de tres millones de personas y seguramente muchas decenas de millones más a través de las pantallas de televisión.
Francisco no solo ha conseguido despertar la atención de la gente y motivar el entusiasmo, sino también sacudir el espíritu de la humanidad con mensajes muy concretos que se pueden resumir en una sola palabra: “valentía”.
Y obviamente ha empezado por casa, por una Iglesia a la que desde un principio ha querido mostrarla más cercana al individuo, sin los signos principescos de antaño y alejada de las estructuras señoriales que pueden haberla adormecido, sobre todo en Europa, donde nació y donde parece haber perdido muchos espacios públicos. El primer pontífice latinoamericano ha hecho un llamado a salir a las calles, a recobrar el espíritu misionero con el que Cristo y los primeros cristianos conquistaron el mundo y lo volcaron hacia una fe que aún tiene el reto de volver más humano este planeta.
Con ese mismo enfoque les ha hablado a los líderes. Les ha retado a rehabilitar la política para recuperar la ética del bien común. Justamente ahí estriba su sentido revolucionario que algunos tratan de entender de modo muy particular y obviamente, distorsionado.
Con este impulso tan particular, Francisco ha asumido un reto que es personal, pero que le pertenece más que nadie a la Iglesia Latinoamericana, de donde hoy surge la fuerza del catolicismo mundial y que ahora también aporta el discurso, mucho más concreto, natural y cercano.
Y con esa naturalidad, Francisco habla de temas que en otros tiempos han resultado espinosos para la curia católica. Aborda la homosexualidad, la necesidad de transparencia dentro de la Iglesia, de que se debe terminar con las viejas estructuras eclesiales y la excesiva solemnidad.
“Hagan lío”, ha llegado a decirle a la juventud, una invocación que puede ser un aliento para que sigan manifestando sus gestos de indignación hacia los corruptos, hacia los autoritarios y los que usan el poder para su propio beneficio, algo que ha estado sucediendo en los países árabes, en Europa y recientemente en Brasil, donde los gigantescos operativos de seguridad tuvieron que actuar con precisión para que no se entorpezca la visita papal.
El llamado a ser valientes es algo que resuena en todo el mundo ahora que surgen tantos desafíos sociales y que se presentan las oportunidades para hacer verdaderos cambios. Ha quedado demostrado que la indignación no es suficiente, que los cambios de nombre y de figuras en las estructuras de poder no han funcionado como se prometía. Hará falta una dosis mayor de esfuerzo y de audacia para conseguir que los viejos ideales de libertad, de transparencia, bien común y solidaridad se materialicen en el mundo, especialmente en los países como Bolivia donde hay tantos retos que enfrentar.
Con un enfoque lleno de desafíos, Francisco les ha hablado a los líderes. Les ha retado a rehabilitar la política para recuperar la ética del bien común. Justamente ahí estriba su sentido revolucionario que algunos tratan de entender de modo muy particular y obviamente, distorsionado.