Es una tarea ardua, difícil y permanente la de ir dominando, día a día, nuestro “ego”. El ego nunca duerme ni descansa. Está siempre presente. Quiere hacerse sentir en cada momento. Busca ansiosamente brillar, sobresalir y tener la razón en todo lo que se habla o se discute.
El ego nos dice interiormente que tenemos derecho a ser escuchados, a ser estimados y a ser queridos. En el fondo nos creemos, casi siempre como mejores que los demás. Sin embargo, no se trata de destruir ese nuestro “yo” que defiende, con tanta insistencia, nuestros derechos reales o ficticios, pues sin él no podríamos vivir. Y es que ese “yo” somos nosotros mismos en cuerpo y alma.
Necesitamos tomar distancia interior frente al ego para hallarnos a nosotros mismos y poder vivir con plena armonía interna.
Es muy difícil desprenderse de ese ego que nos persigue constantemente y que quiere inmiscuirse en todo y manifestarse para ser reconocido y aplaudido. El ego no induce a que nos estimen, a que nos valoren. Desea siempre que aparezcamos mejor de lo que somos.
Desprenderse del ego en el pensar, en el hablar y en el actuar es una tarea ardua, difícil y constante. El ego se colará de una u otra manera nuestro camino con la idea de subestimar a los demás. Sin embargo, si logramos acallarlo a nuestro “yo”, constaremos que la serenidad nos invade y que ella es fuente de paz, de libertad y de verdadera solidaridad con todas las personas que nos rodean. En el Evangelio de Marcos Jesús dice a sus discípulos “Si alguien quiere ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga Mc 8,34) Muchas veces han sido mal interpretadas esas palabras como si nosotros mismos tendríamos que destruirnos y desvalorarnos. Pero, en realidad, ese “negarse a sí mismo” significa “prestar resistencia” ante la presencia de nuestro ego. Se trata de decir “no” a las tendencias de nuestro yo que quiere tomarlo todo para uno mismo. Jesús nos pide el desprendernos del ego para que nuestro “verdadera personalidad pueda desarrollarse; para que seamos interiormente libres con respecto a la imagen única y singular de Dios en nosotros (A.Grün. “La verdadera felicidad” Bonum. Bs. As. pag. 11) Necesitamos tomar distancia interior frente a nuestro ego para entregarnos plenamente y abrirnos a Dios, a la naturaleza y a nuestro prójimo.
Debemos renunciar a querer cambiar a los demás. Hay que dejar que las personas, tanto amigos como enemigos, sean como son. Simplemente los podemos ver que son distintos y que piensan distintos a lo que yo soy y a lo que pienso y digo. Si logramos esto, veremos que, poco a poco, vamos cambiando en nuestra forma de relacionarnos con los demás.
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