Una antigua enseñanza espiritual dice: “El germen de la eternidad está en el alma, en la intimidad interior del ser. Cuanto más el alma se aparta del bullicio exterior, más se clarifican en ella los pensamientos y sentimientos verdaderos”. Catalina de Siena repite sin cesar: “Entremos en la celda del conocimiento de nosotros mismos”.
Penetrar en nuestro interior se conoce simbólicamente como entrar al Tabernáculo Secreto. Allí exploramos el continente olvidado por una educación orientada al éxito exterior, a la personalidad y no a la plenitud de ser uno mismo. El portal de entrada a las profundidades del alma es el silencio. Así fue siempre desde las escuelas místicas de la antigüedad hasta nuestros días.
La palabra produce sonido y el sonido es vibración. Una vibración sostenida y dirigida es poder. Cuando la palabra tiene poder se hace verbo. De allí la importancia del silencio, porque nos lleva a la mesura, al equilibrio, a la comunicación veraz con uno mismo y con los demás, y a la plasmación de nuestros más caros anhelos interiores.
El silencio nos abre las puertas de la realidad, ilumina y clarifica desde dentro. Con el silencio aprendemos a ver, a darnos cuenta de lo que está detrás de las apariencias. Cuando callamos a la necesidad de tener razón, la compulsión a opinar sobre toda las cosas se ve como un mecanismo para sostener la ilusión de nuestra importancia personal. Se muestran las intenciones y, en ese nivel, lo espurio de discutir sobre lo que no se está dispuesto a entender y validar. Es una pérdida de tiempo y energías.
Otra importante pérdida de energías se produce por el bullicio interno. Aparece por la necesidad del ego de blindar su armadura intelectual y evitar que se filtre un rayo de luz que provenga de puntos de vista diferentes y lo fuerce a tener que abrir las defensas para incluir realidad. Para el ego este proceso es una pequeña muerte, porque alberga la ilusión de haber acomodado, definitivamente, su modelo del mundo, por lo que no admite simplemente tener que abrirlo. Aun cuando nueva información aparezca, su intento primordial será evitar que penetre, a través de una cadena interminable de autojustificaciones. Cuando ya no tiene opción, abre su mente en un abandono autocompasivo en el que se siente derrotado. El ego siempre está luchando, compitiendo.
Prevenir y estar preparado para esa eventualidad es el mecanismo que lo atrapa en un discurso interior ininterrumpido de autoafirmación.
El callar nos abre los oídos internos del alma, nos lleva a escuchar verdaderamente. La vida siempre nos alerta antes de desatar la consecuencia sobre cómo vamos y hacia dónde nos dirigimos si continuamos haciendo lo que hacemos. Al no tener suficiente silencio interior, no nos percatamos de sus avisos. Cuando al final pasa lo que temíamos, nos sorprendemos. Por ejemplo cuando repetimos experiencias que nos hacen sufrir y no vemos que provienen de la misma actitud reiterada.
Prevenir y estar preparado para esa eventualidad es el mecanismo que lo atrapa en un discurso interior ininterrumpido de autoafirmación.
El callar nos abre los oídos internos del alma, nos lleva a escuchar verdaderamente. La vida siempre nos alerta antes de desatar la consecuencia sobre cómo vamos y hacia dónde nos dirigimos si continuamos haciendo lo que hacemos. Al no tener suficiente silencio interior, no nos percatamos de sus avisos. Cuando al final pasa lo que temíamos, nos sorprendemos. Por ejemplo cuando repetimos experiencias que nos hacen sufrir y no vemos que provienen de la misma actitud reiterada.
Pero el silencio interno también nos abre las puertas del espíritu. Nos conduce más allá del mundo ordinario. Nos habla sobre el ser de las cosas, la existencia, el amor y la eternidad. Del sentido trascendente de la vida, de lo importante y lo secundario. Nos abre los sentidos internos del alma y nos conecta con lo universal. Nos muestra la magia de la existencia, la apoteosis de la vida y de la muerte, y nos conduce a una vida plena y profunda. Algunos le llaman felicidad, otros “bien anímico”.
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