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lunes, 14 de agosto de 2017

el alcohol, la borrachera es un exceso consecuente de Urkupina que la Iglesia, ni la autoridad civil logran anular, aunque Los Tiempos reconoce que es una experiencia colectiva de identidad y conciencia común digna de encomio y admiración.


Urkupiña, sincretismo e integración


La fiesta de Urkupiña, puede ser vista como una aleccionadora experiencia colectiva que contribuye a forjar, mediante un aprendizaje continuo, una identidad y una consciencia común.

A partir de hoy y durante los próximos días, Quillacollo volverá a ser el centro aglutinador de la diversa y muy intensa actividad religiosa, folklórica, económica y social con la que se identifica y de la que participa activamente una porción muy grande de la población boliviana. Cientos de miles de creyentes de Cochabamba, el país e incluso de países vecinos, se congregarán para expresar su fe en la Virgen y, bajo estrictos criterios de reciprocidad, esperan su ayuda para solucionar los diferentes problemas que tienen en su vida cotidiana. Es decir, es una muestra más, como en muchos otros lugares del país, de un muy vigoroso sincretismo religioso.

Dependiendo del punto de vista que se adopte, ese fenómeno podrá ser interpretado como una muestra de debilitamiento o, por el contrario, de preservación de los factores que durante muchos siglos han dado bases populares a la Iglesia Católica. En efecto, en lo sustancial es la continuación bajo formas muy actuales de lo que viene ocurriendo desde que se inició la simbiosis entre las muchas formas de religiosidad precolombina y la que llegó a estas tierras hace casi 500 años. Es la más fiel expresión del mestizaje cultural y eso, por encima de cualquier otra consideración, es más que suficiente para comprender la vitalidad del culto que se rinde a la Virgen María, entronizada por la doctrina católica.

Hay sin embargo, y precisamente por todo lo anterior, muchos temas que causan tensión entre diferentes visiones, deseos y voluntades, lo que da lugar a potenciales fuentes de conflicto. Es el caso de la dificultad para fijar los límites que separan lo lícito de lo ilícito, lo que está permitido hacer de lo que no está permitido.

Un ejemplo de lo dicho es el desmedido consumo de alcohol, con todas las secuelas negativas que conlleva. Ante ello, son constantes las exhortaciones de las autoridades religiosas a los fieles para que eviten ingerir bebidas alcohólicas y los esfuerzos de las autoridades civiles para promulgar y hacer cumplir disposiciones concebidas para controlar su venta y consumo.

A primera vista, y a la luz de lo que ocurre todos los años, podría considerarse que los resultados de esos esfuerzos son pobres, lo que confirmaría que no son los deseos de las autoridades políticas o religiosas los que a la larga imprimen su sello ni marcan la dirección hacia la que evoluciona la festividad.

Sin embargo, a pesar y precisamente por todo lo anterior, a través de negociaciones entre las partes interesadas, año tras año, en un constante tira y afloja, poco a poco se van fijando los límites al consumo de alcohol. Nadie sale conforme, pero siempre se pactan términos para todos aceptables. No se llega al extremo de privar de bebidas espirituosas a quienes desean consumirlas, pero tampoco se deja la vía libre a los excesos.

La fiesta de Urkupiña es, pues, un evento integral que, respetando su original importancia religiosa, y además de los importantes beneficios que reporta a la ciudadanía y a la región, puede ser vista como una aleccionadora experiencia colectiva que contribuye a forjar, mediante un aprendizaje continuo, una identidad y una consciencia común.

viernes, 4 de agosto de 2017

Francisco tiene un asesoramiento de lujo. el "Canciller de la Iglesia" fue Nuncio en Caracas con Chávez, el "papa negro" o General de los Jesuítas es venezolano con excelente contactos a todo nivel del país de Maduro. por tanto sus pasos en relación a Venezuela son medidos y ajustados a la realidad.


Venezuela, Francisco y la carta jesuita


El Papa Francisco posa junto a Nicolás Maduro en el Vaticano en octubre del 2016 (AP)
El llamado del Papa Francisco al régimen de Nicolás Maduro para que suspenda el funcionamiento de la Asamblea Constituyente surgida de las elecciones del domingo pasado es la respuesta obligada de la Santa Sede al dramático agravamiento de la crisis venezolana. Pero más allá del imperativo moral que impulsa la apelación papal, conviene prestar atención a su "timing" político.

Francisco apostó siempre a una transición política que evite un baño de sangre. En las actuales circunstancias, esa alternativa requiere inevitablemente el concurso de las Fuerzas Armadas, último reducto de un gobierno en crisis

Francisco tiene un asesoramiento de primer nivel sobre lo que ocurre en Venezuela. El Secretario de Estado y virtual canciller del Vaticano, monseñor Pietro Paolo Parolin, se desempeñó como Nuncio Papal en Caracas durante el gobierno de Hugo Chávez, antes de cumplir idénticas funciones en Hanoi, donde tuvo a su cargo nada menos que la recomposición de las relaciones entre la Iglesia Católica y el régimen comunista de Vietnam. Tras el fracaso de las gestiones mediadoras que el Vaticano intentó realizar entre Maduro y la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD), esas reconocidas dotes diplomáticas de Parolin están ahora nuevamente a prueba.

Pero junto a Parolin y su diplomacia oficial, el Francisco guarda otro as debajo de la manga: el Superior General de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa Abascal, electo el año pasado Superior General de la Compañía de Jesús (una orden históricamente habilitada a cumplir ciertas "misiones especiales" por cuenta del Papado), es uno de los más prestigiosos politicólogos venezolanos y conoce en profundidad los bastidores del régimen "chavista".

En su momento, la designación de Sosa Abascal, el primer no europeo en asumir como jefe de los jesuitas (una función caracterizada informalmente en los círculos eclesiásticos con el polémico título de "Papa Negro"), fue interpretada como un presagio. De hecho, Sosa Abascal fue autor de una descripción precisa de la naturaleza del régimen "chavista", al que caracterizó como "un sistema de dominación, no un sistema político que tiene legitimidad para funcionar tranquilamente". Puntualizó también que es "un sistema militar- cívico, porque lo militar es más importante".

Esa interpretación de Sosa Abascal, cada vez más rubricada por los acontecimientos, coincide con la opinión del padre Luis Ugalde, director del Centro de reflexión y Planificación Educativa (CERPE) de los jesuitas venezolano, quien señala que el "país necesita un "nuevo Wolfgang Larrazabal", en alusión al almirante que encabezó la sublevación que en 1958 derrocó al dictador Marcos Pérez Jiménez y encabezó un gobierno de transición hasta el restablecimiento de la democracia.

Un detalle no menor: Sosa Abascal fue profesor de la Academia Militar de Venezuela. Es probable el "Papa Negro" haya quedado a cargo de materializar políticamente aquello que la diplomacia oficial de este "Papa Blanco" (el primero de formación jesuítica en la historia de la Iglesia), no está en condiciones de realizar.

El autor es Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico (IPE). Ex Subsecretario de Planeamiento Estratégico de la Presidencia de la Nación.