La fiesta de Urkupiña, puede ser vista como una aleccionadora experiencia colectiva que contribuye a forjar, mediante un aprendizaje continuo, una identidad y una consciencia común.

A partir de hoy y durante los próximos días, Quillacollo volverá a ser el centro aglutinador de la diversa y muy intensa actividad religiosa, folklórica, económica y social con la que se identifica y de la que participa activamente una porción muy grande de la población boliviana. Cientos de miles de creyentes de Cochabamba, el país e incluso de países vecinos, se congregarán para expresar su fe en la Virgen y, bajo estrictos criterios de reciprocidad, esperan su ayuda para solucionar los diferentes problemas que tienen en su vida cotidiana. Es decir, es una muestra más, como en muchos otros lugares del país, de un muy vigoroso sincretismo religioso.

Dependiendo del punto de vista que se adopte, ese fenómeno podrá ser interpretado como una muestra de debilitamiento o, por el contrario, de preservación de los factores que durante muchos siglos han dado bases populares a la Iglesia Católica. En efecto, en lo sustancial es la continuación bajo formas muy actuales de lo que viene ocurriendo desde que se inició la simbiosis entre las muchas formas de religiosidad precolombina y la que llegó a estas tierras hace casi 500 años. Es la más fiel expresión del mestizaje cultural y eso, por encima de cualquier otra consideración, es más que suficiente para comprender la vitalidad del culto que se rinde a la Virgen María, entronizada por la doctrina católica.

Hay sin embargo, y precisamente por todo lo anterior, muchos temas que causan tensión entre diferentes visiones, deseos y voluntades, lo que da lugar a potenciales fuentes de conflicto. Es el caso de la dificultad para fijar los límites que separan lo lícito de lo ilícito, lo que está permitido hacer de lo que no está permitido.

Un ejemplo de lo dicho es el desmedido consumo de alcohol, con todas las secuelas negativas que conlleva. Ante ello, son constantes las exhortaciones de las autoridades religiosas a los fieles para que eviten ingerir bebidas alcohólicas y los esfuerzos de las autoridades civiles para promulgar y hacer cumplir disposiciones concebidas para controlar su venta y consumo.

A primera vista, y a la luz de lo que ocurre todos los años, podría considerarse que los resultados de esos esfuerzos son pobres, lo que confirmaría que no son los deseos de las autoridades políticas o religiosas los que a la larga imprimen su sello ni marcan la dirección hacia la que evoluciona la festividad.

Sin embargo, a pesar y precisamente por todo lo anterior, a través de negociaciones entre las partes interesadas, año tras año, en un constante tira y afloja, poco a poco se van fijando los límites al consumo de alcohol. Nadie sale conforme, pero siempre se pactan términos para todos aceptables. No se llega al extremo de privar de bebidas espirituosas a quienes desean consumirlas, pero tampoco se deja la vía libre a los excesos.

La fiesta de Urkupiña es, pues, un evento integral que, respetando su original importancia religiosa, y además de los importantes beneficios que reporta a la ciudadanía y a la región, puede ser vista como una aleccionadora experiencia colectiva que contribuye a forjar, mediante un aprendizaje continuo, una identidad y una consciencia común.