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domingo, 8 de noviembre de 2015

Francesco Zaratti escribe con pluma galana sobre "las mujeres de Francisco", el de Asís, su madre Pica, Clara quién ingresó al convento y fundó "las clarisas" y una tercera Jácopa que siendo rica asistía al santo con medicinas y vituallas para los pobres. admirables los detalles biográficos que Francosco nos relata.

Retorno en la órbita del  “Satélite de la Luna” después de un largo viaje en el cual he vuelto a comprobar que un lugar turístico-histórico se comprende y gusta mucho más a través de la guía de un amigo del lugar.
Esa experiencia la viví en Asís, la tierra de San Francisco, que suelo visitar infaltablemente cada vez que retorno a Italia, no solo por mi sintonía espiritual con el Santo cuyo nombre llevo sino por la presencia, en sus cercanías, de amigos con quienes he compartido ideales y experiencias de toda una vida. Cada visita es una fuente de descubrimientos y esta vez no ha sido la excepción, debido a la profundización de aspectos poco conocidos u olvidados de la vida de Francisco.
Como en la vida de Jesús, también en la de Francisco hubo mujeres que desempeñaron un rol relevante: dos de ellas bien conocidas (su madre y la discípula Clara) y otra probablemente desconocida  para la mayoría de mis 25 lectores.
La madre de Francisco, Pica de Bourlemont, era originaria de la Provenza francesa. Su esposo Pietro, admirador de Francia, impuso el cambio del nombre con que había sido bautizado en su ausencia su primogénito (Giovanni) por Francesco, raro nombre en esa época. Pietro era un hombre extremadamente rico, que hoy podía haber comprado, sin ninguna sospecha, un par de canales de televisión. Prueba de aquello son sus frecuentes viajes a Francia para traer telas y paños muy costosos al grado que  estaba obligado a contratar un pequeño ejército que garantizara la seguridad de su mercancía. Debido a las prolongadas ausencias del padre, la educación de Francisco estuvo a cargo de su madre, a quien el hijo brindó respeto y admiración durante toda su vida.
Al contrario de lo que muestra la meliflua película de Franco Zeffirelli (“Hermano Sol, Hermana Luna”) los encuentros entre Clara y Francisco, quien era 12 años  mayor que ella,  se circunscribieron a la protección otorgada a Clara después de la fuga de su hogar para practicar la espiritualidad franciscana y a los buenos oficios de Francisco para que encontrara un morada donde vivir en clausura con sus hermanas, las Damas de la Pobreza. Clara volvió a ver a Francisco ya muerto, cuando el cortejo fúnebre pasó delante del Convento de San Damián.
En la cripta de la Basílica Inferior, frente a la tumba de San Francisco, se encuentra, casi desapercibida y poco iluminada, la tumba de Jácopa de Settesoli, una noble y acaudalada mujer romana conquistada por la predicación de Francisco en sus viajes a Roma y convertida en su seguidora, protectora y amiga piadosa. Tanto era el aprecio y el cariño que le tenía Francisco y tan fuerte el carácter de ella que recibió el nombre de “Fray Jácopa”, como si fuera un hermano más de su orden.  Después de quedar viuda, Jácopa se despojó de muchas de sus posesiones para viajar con más frecuencia a Asís llevando remedios contra las enfermedades que afligían al Santo y los tradicionales “mostaccioli”, unos biscochos romanos apetecidos por Francisco.
Pocos antes de la muerte del Santo, Fray Jácopa llegó a Asís y, por voluntad expresa de Francisco, fue admitida a presenciar su tránsito y a enjuagarle el sudor de su rostro. Jácopa le trajo, junto a los infaltables mostaccioli, el vestido para la sepultura y su velo de novia con el que cubrió el cuerpo sin vida del Santo.
En un castillo romano que perteneció a la ahora “Beata” Jácopa se han encontrado documentos que revelan la consecuencia espiritual de esa extraordinaria mujer en el trato y derechos, revolucionarios para sus tiempos, que otorgaba a sus campesinos.  En fin, reconforta descubrir en la Iglesia hermosas figuras de mujeres, que brillan a pesar del dominante machismo que aún hoy  la asfixia.

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