Una vez más, como ocurre todos los años con una intensidad que confirma el lugar principal que la festividad de Urkupiña ocupa en el abigarrado tejido cultural de nuestro país, Quillacollo es el centro de la actividad religiosa, folklórica, económica y social.
Esta celebración, como otras en todo el país, es una muestra de la profunda vocación religiosa de la población boliviana y un mentís a corrientes que se empeñan en negar esa realidad y buscan fabricar alternativas que, pese a los recursos con que cuentan para ese empeño, terminan en el fracaso, pues la fe de la gente es muy fuerte y está muy enraizada. Además, estando presentes elementos sincréticos indudables, la fe también se expresa en las impresionantes danzas en honor de la Virgen.
A pesar de lo singular que es esta festividad, ha llegado a adquirir gran magnitud con el transcurso de los años, lo que ocurre en Urkupiña no es una excepción. Es, más bien, la más nítida expresión de la simbiosis entre las muchas formas de religiosidad precolombina y la que llegó a estas tierras hace más de 500 años. Es la máxima expresión del mestizaje cultural y eso, por encima de cualquier otra consideración, es más que suficiente para comprender la vitalidad del culto que se rinde a la Virgen María, entronizada por la doctrina católica.
Tan compleja manifestación de diversidad cultural no resulta fácilmente comprensible ni aceptable para quienes desde uno u otro punto de vista quisieran algo más de pureza en cada uno de los elementos, que al mezclarse pierden su condición natural. Quienes quisieran ver en Urkupiña los rastros de las teogonías precolombinas desearían menos presencia eclesial y, viceversa, quienes ponen énfasis en los aspectos doctrinarios de la fe lamentan no expurgar la fiesta de los muchísimos elementos paganos que la componen y enriquecen.
Sin embargo, y tal como lo demuestra la evolución de este fenómeno cultural y religioso, no son los deseos de las autoridades políticas, religiosas ni mucho menos las elucubraciones antropológicas provenientes del ámbito académico las que imprimen su sello y marcan la dirección hacia la que evoluciona la festividad.
Una de las muchas maneras como se manifiesta esa tensión entre diferentes visiones, deseos y voluntades, es la dificultad para fijar los límites que separan lo lícito de lo ilícito, lo que está permitido hacer de lo que no. Un buen ejemplo de lo dicho son las negociaciones mediante las que todos los años, poco a poco, se van fijando los límites al consumo de alcohol. Nadie sale conforme, pero siempre se pactan términos para todos aceptables. No se llega al extremo de privar de bebidas espirituosas a quienes desean consumirlas, pero tampoco se deja la vía libre a los excesos.
La Fiesta de Urkupiña es un evento integral que, respetando su original importancia religiosa, deja importantes beneficios a la ciudadanía y a la región, que, por lo demás, aumentan a medida que se comprende mejor su valor y trascendencia.