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domingo, 24 de abril de 2011

Monseñor Jesús Pérez arzobispo de Chuquisaca se refiere a la Fiesta de la Vida para que podamos entender el real significado de la Pascua de Resurrección!

Moros y cristianos saben que estamos en la Pascua. Pero son pocas las personas que saben cómo se ha originado la Pascua y que la Pascua de Jesús es su Resurrección de entre los muertos. Por ello, es conveniente saber el origen de la Pascua.
Los orígenes de las fiestas de Pascua se encuentran en la prehistoria. Cuando los judíos la asociaron con la victoriosa como milagrosa salida de Egipto, la celebración de la Pascua estaba vigente en la comarca. Se trataba de la fiesta de la primavera del hemisferio norte, ante el eterno milagro de la vida que renueva los campos... El primer “paso” o la “Pascua” que se ve es el de la vida que vuelve a dar a la tierra, flores y frutos.
Israel asoció la Pascua con el nacimiento del pueblo de Israel. El pan ácimo de las fiestas agrarias se hizo recuerdo de aquella partida apresurada, la noche de la liberación. Era el Dios poderoso que con su brazo fuerte pasó para liberar al pueblo de la esclavitud. La salida de Egipto y el paso del Mar Rojo, camino de la libertad, es el gran acontecimiento de la historia de la liberación del pueblo de Israel.
La Resurrección de Jesús es el paso definitivo de Dios por la historia de la humanidad. Es también el paso definitivo del hombre hacia Dios. La resurrección confiere un sentido nuevo y definitivo a las celebraciones de la Pascua.
Dentro de la celebración más importante del año, la Vigilia Pascual- durante siglos los cristianos empezaban la vigilia al atardecer y terminaban al amanecer-, en el pregón pascual de esa noche se cantan las tres perspectivas pascuales: a) la de los judíos; “esta noche en que sacaste de Egipto a los israelitas”; b) la de Cristo: “esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”; c) la nuestra: “esta es la noche en la que los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los Santos”.
Es una pena que la celebración de la vigilia pascual se celebre en un par de horas y que siendo la celebración capital de todo el año sean pocos los que participen en ella.
Pascua es nochegrande, así como llamamos a Navidad nochebuena. La fuerza renovadora de la vigilia debe acompañarnos los cincuenta días de la Pascua.
La Pascua está pregonando la vuelta a la vida, o sea, el paso a la vida inmortal de Jesús de Nazaret condenado por la justicia injusta: “ustedes renegaron del Santo y del Justo, y, pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida” (Hech. 3,14-15).
Este es el gran acontecimiento de la Pascua. Cristo ha resucitado saliendo victorioso del sepulcro. Este es el acontecimiento que da sentido a nuestra fe en Cristo, el Señor de la vida. Si somos cristianos, al igual que los mil doscientos millones de cristianos y, otro tanto de otros grupos cristianos, es por eso, porque Jesús de Nazaret no se quedó en el sepulcro, sino que la fuerza de Dios  le hizo pasar a una nueva existencia en la que está para siempre, y desde la que se nos hace presente continuamente, especialmente en la  Santa Eucaristía.
Es verdad, “¡ha resucitado el Señor!” exclaman los discípulos de Emaus. Esta noticia es el centro del Credo cristiano. Cristo ha resucitado. Es necesario dejarnos embargar por esta alegría del acontecimiento de la Pascua. Los cristianos no seguimos a un muerto, seguimos a alguien que está vivo y camina junto a nosotros. El aviso del Ángel junto al sepulcro vacío la mañana de Pascua es la consigna para todos los tiempos, para los discípulos de hoy en este siglo XXI: “ha resucitado de entre los muertos y va delante de ustedes...”.
Durante la Cuaresma se nos invitaba a seguir a Cristo, tomando la cruz de cada día, para poder llegar a resucitar con Cristo. Es fácil entusiasmarse con la alegría de la Pascua, pero es necesario pensar que no se llega a vivir en profundidad la alegría pascual sin pasar por la cruz. 
La muerte en cruz no fue un accidente, sino la comprensible derivación de todo un estilo de vida. Le mataron porque fue como fue, porque enseñó lo que enseñó, porque pasó haciendo el bien, porque hizo la voluntad del Padre.
 

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